Pero en cuestiones de sexo mi amorcito siempre iba a remolque, prestando más atención a sus oficios que a mis orificios. Ahora que pasábamos horas recorriendo nuestros cuerpos, que había besado sus más recónditos lugares y que él se había perdido mil veces entre mis senos y mi sexo, todavía no parecía darse cuenta de que yo lo que quería era que me penetrara, que me la metiera toda cuan larga era y se dejara de sexo bizantino.
–Ya no me vale tu lengua lenta sobre mi chocho ni tus juegos malabares, yo quiero más y lo quiero ya, caray, que llevo aquí seis meses como una monja esperando a que te decidas y no aguanto más. ¡Házmelo ya! –le grité.
Se quedó cabizbajo, triste. Joder con los tipos sensibles. Para una vez que encuentro el amor resulta que se le olvida el sexo. Después de insistirle, por fin soltó prenda.
–Verás, cariño, sabes que te quiero. No imagino mejor suerte que estar a tu lado. Te llevo siempre dentro de mí y doy gracias a Nuestro Señor el haberte conocido. Pero sabes muy bien lo importante que es para mí vivir de acuerdo con mi fe, y cuál es el mandato del Señor en lo referente a las relaciones antes del matrimonio. No soy de los que cree que antes de pasar por el altar esté prohibido cualquier tipo de juego erótico, pues como ves me he entregado a ellos con pasión y he besado tu cuerpo miles de veces. Pero hay una barrera que no se puede traspasar sin cometer un pecado irreparable, y ésa para mí es que sólo penetraré en la vagina de la mujer que sea mi esposa ante Dios– dijo con solemnidad mirándome fijamente.
– ¿Qué dices, que me tengo que casar contigo para que me hagas el amor? –dije atropelladamente y mirándole alucinada.
–Sí, para mí es un acto de entrega total que sólo a mi esposa legítima le corresponde– siguió remachando, pero ahora con la mirada baja.
–Pues me gustas mucho, pero para hablar de matrimonio todavía es un poco pronto –desde luego, en ese momento precisamente no estaba pensando en el traje de novia.
–Ya lo sé. Yo pienso lo mismo, por eso te digo que tenemos que esperar, amor mío. –Apretó los labios como gesto de resignación y me atrajo hacía él.
– ¿Esperar a qué? Llevo semanas ardiendo en deseo. No puedo estar así indefinidamente. –Dejé que corriera el aire entre nosotros, que no estaba por resignarme entre sus brazos.
–Te entiendo, cariño, a mí me pasa algo parecido. Pero tenemos que esperar– se quedó callado mientras parecía batallar con alguna idea que le rondaba. – Aunque también cabe otra posibilidad…–dijo tímidamente.
– ¿Cuál?