Donde haya un corazón que pene, unos ojos que anhelantes busquen una mirada, un pecho doliente que atraído se vea hacia el abismo, allí estará la poesía, y allí estaré yo para que no se apague la llama. En la estación estival, en que la canícula hace presa entre los vecinos del Parnaso igual que entre los de Benidorm, persevero en mi vocación de divulgación poética, acercándome a la orilla de la mar, donde el pueblo llano sestea entre la toalla y la sombrilla.
El último fin de semana planté mi atril en plena playa de Poniente, en Benidorm, dispuesto a regalar versos míos y ajenos a la desahogada concurrencia, acompañado de un violinista húngaro que suele actuar en la estación de Príncipe Pío. Vestidos de lino negro, fresco y pulcro, aderecé un programa ligero a base de poemas de Rubén Darío, Juan Ramón y una silva de cosecha propia dedicada a Marieta cuando suspira.
Nuestra presencia pronto llamó la atención de los más pequeños, que curiosos se acercaron a oírme “La exaltación del optimista”, que siempre me ha encendido las entrañas con ansias de infinito. Cuando estaba cogiendo vuelo con “luminosas almas, espíritus fraternos, ¡salve!”, ¡pumba!, pelotazo en la sien con un balón hinchable de Nivea de un atorrante churumbel que se escabulló entre el gentío. Continuo como puedo con el recitado entre la mofa y befa e incluso cuchufleta de la chiquillería.
Al calor del barullo se arriman suegras de bañadores estampados, oficinistas retirados con viseras de
Quien viera tal prodigio sobre las arenas de la playa como hube ante mi al leer los poemas de Juan Ramón. Los playeros al oírme como de un sueño despiertan, se miran unos a otros y se llenan de vergüenza al descubrir tanta impúdica vulgaridad. De uno en uno van dejando pareos, chanclas, bronceadores, palas, flotadores y demás perversos complementos de baño en montonera y el fuego purificador los convierte en humo, en sombra, en nada.
El dueño del chiringuito baja avergonzado la persiana, el chalán de las motos de agua atiende arrobado mis versos y el mancebo de las colchonetas intenta en vano besarme la mano. Todos mudos siguen mis palabras, mi silva a Marieta y de propina el Polifemo de Góngora.
Al ocaso todos abandonan la playa con el alma de luz de fondo ungida, del nefando pecado del chabacanismo playero al fin purificados. Tal es el poder de la poesía
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