La muy noble y muy antigua villa de Ventorrillo del Páramo, lugar en el alto llano castellano, entre Pancorbo y Despeñaperros, es un enclave habitado desde los albores de la historia, antes incluso de la invención de la play station y el furbol. Si duda, su posición estratégica, justo a medio camino de ninguna parte, no le ayudaron en exceso, pero la madre tierra derramó generosamente sus dones sobre ella para hacerla uno de los ombligos del orbe.
El subsuelo de la villa se haya entreverado de un intrincado sistema de cuevas naturales, que se cruzan y confunden, se hunden en las entrañas, afloran aquí o allá entre pedregales y ribazos secos. Las arterias principales, las mejor conocidas, han sido desde siempre utilizadas para la defensa y el almacenamiento de mercaderías. Las galerías angostas, las más, finos hilos que se derraman hasta lo remoto, solo son visitadas por pequeños roedores, insectos y el aire, que se cuela hasta el último resquicio. Porque el viento es el protagonista primero de esta historia, pues gracia a él y por desgracia, ha forjado el temperamento del lugar.
Ventorrillo se haya a merced de todos los vientos del mundo, que lo barren desde los cuatro puntos cardinales. Desde las gélidas ráfagas siberianas al abrasador viento del desierto o la tenue brisa de la costa, el aire que se pone en movimiento en cualquier parte del globo, acaba recalando en Ventorrillo. Allí busca las entradas de las cuevas, las aberturas cegadas por zarzas y follaje, las tapiadas por la mano del hombre, y circula por los incontables recodos de las secretas galerías.
Todo viento que llega a Ventorrillo y se pierde en el laberinto subterráneo termina por amansarse, convirtiendo su movimiento en telúrico sonido surgido al acariciar las duras aristas de las rocas, frotar las rugosas paredes o reverberar en ondas simas sin fin. Todo el poder de estas fuerzas volanderas se trasmuta en enigmática música en el gran órgano natural sobre el que se asienta el pueblo.
Esta melodía hecha de aire y roca ejerce un influjo determinante sobre todas las almas del pueblo desde el momento mismo de su nacimiento. Igual que en otros lugares hacen la carta astral para saber el futuro de los recién nacidos, en la capital del Páramo consultan el viento predominante ese día para saber de que pie cojeará de mayor. A veces, la música secreta se hace tan presente que no solo se escucha en el silencio de la noche, sino en el trajín de la vida diaria, inclinando la voluntad colectiva en una dirección u otra. Así, la caída del muro de Berlín creó un viento arremolinado que al llegar al pueblo provocó un incontenible deseo de derribar la cerca de espino que separa el municipio de sus vecinos de Valdenabo, la siempre vil. Lástima que el afán de concordia fuera pasajero, pero esto viene a mostrarnos la manera en que los más variados acontecimientos pueden repercutir en este poblacho castellano, aparentemente aislado del bullicio de la historia.
En próximas entregas vamos a intentar contarles la insólita historia de Ventorrillo, así como la vida y milagros de sus más ilustres hijos, todos algo aventados, pero fieles paradigmas de sus respectivas épocas. Y empezaremos con Quinto Terco, que dejó el arado por la espada de legionario y acabó en
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