A George Brasan la música militar nunca le supo levantar, pero si hubiera visto lo cucos que están ahora los soldados rusos con sus nuevos modelitos, salidos de la aguja y dedal de Valentín Yudashkin, igual se lo tenía que pensar, que desde que las mujeres también van a la guerra, hasta para darse barrigazos en el barro tienen que ir arregladitas. Atrás quedan la sobriedad espartana de la era soviética, y llega la fantasía de los complementos en piel, dorados correajes, trajes de camuflaje pixelados, vamos, lo más. En cambio, en el gris ejército español, casi casi siguen con el mismo fondo de armario que en la guerra de Cuba. Una institución que se pretende modernizar, que quiere ser embajadora en el exterior de las esencias patrias, que tiene que imponer respeto ante el enemigo, no puede gastarse todo el presupuesto en tanques y obuses, tiene que mirar también por la indumentaria del soldado, para que viéndose mono ante el espejo, suba su autoestima y sus instintos asesinos.
Muy consciente de que la guerra moderna se juega en gran parte en el campo psicológico, Celestino de la Coz, visionario diseñador, ha adelantado una serie de ideas que piensa proponer al ministerio de defensa para cambiar tanto uniforme outlet. Su currículo le avala como uno de los más competentes diseñadores de uniformes, sino recuerden que él fue el elegido para vestir a las chachas de la casa de Alba, al cuerpo de barrenderos del Ferrol y a los socorristas de las playas de Benidorm. Celestino pretende que nuestros bravos muchachos vayan a la última y además, que aterroricen a sus adversarios.
La infantería, columna vertebral del ejército, tiene que abandonar ese color caqui que ya no lleva ni Castro por otros multicolores y fosforitos, para que el enemigo quede conmocionado al verlos y darle matarile antes de que se recupere. Cabos y sargentos llevarían camisas de chorreras para su fácil identificación en el fragor de la batalla, y de teniente para arriba, toreritas entalladas, que se vea que el mando tiene apostura y poderío.
La aviación, arma siempre más aristocrática, ha de dar la espalda a tanto cuero y adoptar un look más urbano, con pantalones de tiro caídos, sudaderas con el gorro echado cuando vuelan, y viserita molona cuando están en tierra. Para pasear, unos piratas y niqui enseñando el ombligo, que se vea de que están hechos los ases del aire.
La marinería ya roza el ridículo yendo toda la vida de primera comunión, tanto botón de ancla y ojal de vela. Un mono rojo ceñidito y funcional, con chaleco salvavidas incluido, les hará más visibles cuando caigan al agua y más ardientes a la hora de lanzar torpedos o desatascar conductos. En tierra bastaría con un poncho amarillo encima del mono para estar tan divinos de la muerte como patriotas pop. El mono dispondría de las necesarias cremalleras, por delante y por detrás, para satisfacer todas las necesidades de hombres tan fogosos.
El caso del caballero legionario es especial, que su legendaria ferocidad quizás esté reñida con la adecuación estilística que necesita su vestuario. Unos soldados especializados en la lucha cuerpo a cuerpo necesitan ropa cómoda y holgada que les permita moverse sin trabas, y para ello nada mejor que la falda escocesa, que además en el desierto permite orear los bajos sin dejar de retorcer gaznates. Otro elemento interesante serían las botas con tacón de aguja, bien afilada, que convenientemente utilizadas, serían un arma mortífera. Los oficiales con mando en plaza llevarían minifalda y calcetines loose, que la autoridad no está reñida con la elegancia.
De la Coz confía en ser oído por el ministro y poner a nuestro ejército a la altura de los mejores, y para ello hay que empezar por las hechuras, que con unos soldados como unos zorros no hay enemigo que te tome en serio.
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