Imagínense un grupo de antropólogos marcianos de visita en la tierra con la intención de comprar obras de arte con las que montar un museo en Marte para explicar a sus congéneres el modo de vida de los terrícolas. Esta es la premisa con la que el Centro Barbican de Londres ha montado una exposición que quiere ser un nuevo punto de vista para el arte moderno. Creen los comisarios que estos antropólogos recogerían y clasificarían las piezas con el mismo espíritu que el osado hombre blanco utiliza cuando investiga otras culturas, dándoles a cada objeto una función real o simbólica. La exposición se divide en categorías como Parentesco y descendencias, Magia y creencia, Rituales y comunicación, etc. Obras de Damien Hirst, amigo de los animales y el formol, con una pared llena de pescados en contenedores de vidrio, o una bombilla alimentada por un limón de Joseph Beuys son algunos de los objetos típicamente terrícolas que se podrían encontrar.
El fin último es satirizar la arrogancia con la que los europeos nos acercamos a otras culturas y ofrecer una visión irónica sobre el arte contemporáneo, nada difícil visto la tenue línea que separa hoy la obra de arte del producto de consumo o del mobiliario urbano.
Nuestros marcianos iban a flipar con la exposición, y más lo harían si se incluyeran algunas manifestaciones de la vida diaria. Una Mountain bike rápidamente la verían como algún refinado instrumento de tortura. El móvil que cada terráqueo porta es un poderoso amuleto que concede la protección de los dioses manes y útil también para intercambiar mensajes en los rituales de apareamiento. De la tele, tótem central del hogar de cualquier humano, concluirían que sus ondas trasportan a un estado de semi letargo que es lo más parecido a la felicidad que conocen los terrestres. El coche, altar autopropulsado de los adoradores del dios infernal Maccarratunin, morador de autovías y polígonos industriales. La tarjeta de crédito, icono plástico de los fieles de la diosa Visa, a la que se encomiendan para saciar su sed de posesiones. Libros, mágicos objetos de viajes interdimensionales, usados por gentes que al contrario que los teledurmientes, suelen pensar por sí mismas. De las iglesias creerían que son centros para socializar mientras se toma un ligero tentempié, dirigidos por animadores culturales para la tercera edad de ropaje algo ambiguo.
Con tal acopio de materiales terrestres, las obras arriba citadas y los retretes turcos customizados de Otilia Otero, metáfora perfecta de la servidumbre humana, no en vano todos se postran ante ellos, el público marciano se haría una más que acertada idea de lo que se cuece por este lado del sistema solar. La loca historia del mundo no sería mal nombre para la expo.
2 comentarios:
Olvida mencionar alguna foto de Helmut Newton y Elmer Batters como postalita típica de San Valentín y algún poster de Salgao como muestra de lo monísimo que le dejan a uno después de pasar por un centro de aldelgazamiento.
Dios infernal Maccarratunin dice. Ja.
Es Usted increíble, querido.
Todos los marcianólogos consultados son de la opinión de que estamos ante un pueblo muy sensible, y los artistas por usted citados pueden parecerles a ellos un museo de los horrores, y no es plan de enturbiar las excelentes relaciones entre los dos mundos
Publicar un comentario