La convivencia en el viejo caserón de las afueras de Ventorrillo está que arde. Tras unos primeros días de calma chicha se desató una guerra de todos contra todos.
Como ya sabrán, el famoso poeta Afrodisio les propuso la primera prueba, la composición de un poema a mayor gloria de Sonso. Los resultados fueron, cuando menos, desiguales. Leoncio presentó una elegante silva llena de primorosos versos dedicadas a la sonrisa y la mirada de Sonso que fueron muy del gusto de Afrodisio. Lo de Pelayo resultó más confuso, pues entre las faltas de ortografía y exclamaciones del tipo ese culito que no pase hambre y jamona, era difícil ponderar el fondo. Borja vertió su erudición del Señor de los anillos en un poema tan largo y aburrido como la novelita. Fredy salió del paso por el camino contrario, unos cuantos versos en lenguaje SMS que Afrodisio sospecha que ha reconvertido para la ocasión. Sebas aderezó un panegírico panteísta en el que equipara la fuerza vital de la guapa ventorreña con el motor inmóvil creador del cosmos, hipérbole a todas luces excesiva y que Sonso no creemos que sepa captar.
Las labores caseras son fuente de continuos quebraderos de cabeza. Pelayo estaba muy ofendido por el hecho de que tenga que realizar labores propias de mujeres o emigrantes, opinión que Leoncio hace suya. Borja ya ha demostrado que cualquier actividad cotidiana le supera. A Fredy no le importa lavar y planchar, pero le entra un miedo cerval a acercarse a los fogones. Parece ser que el único con dotes culinarias es Sebas, pero solo cocina platos macrobióticos, por lo que los de la casa llevan dos semanas a base de caldo de borrajas, arroz integral cocido y poco más. Una noche Pelayo y Sebas dieron matarile a las gallinas ponedoras, para desesperación de Leoncio, que había iniciado un proceso de acercamiento con estos animales de tan rica vida interior.
Si con estos asuntos las cosas ya andaban un poco revueltas, peor se pusieron la noche que Fredy se coló en la cama de Pelayo con intención de hacer edredoning. El macho ibérico se tomó tan a mal la libertad de su compañero que no dudó en ostiarle, montándose una tangana en la que Leoncio se puso de parte de Pelayo y Sebas de Fredy, mientras Borja consultaba en internet páginas sobre resolución de conflictos. Cuando más guantazos volaban, se hizo de pronto la oscuridad, y de ella salió el espíritu de Quinto Terco, famoso poeta y amante de cuando en Ventorrillo mandaban los pecho lata romanos, conminando a respetar los amores viriles de Fredy, que en Ventorrillo desde siempre se ha amado los unos a los otros sin reparar en el sexo de ese otro. Era lo que le faltaba al Pelayo, que un fantasma le aconsejara que se dejara encular. Cogió sus bártulos y se marchó de la casa jurando en arameo. Leoncio no tardó en hacer lo mismo, que el premio del concurso era recibir los favores de Sonso, no hacerle un favor a un sarasa histérico.
Los tres tristes finalistas, Fredy con un ojo a la funerala, Borja sintiendo alteraciones en el lado oscuro de la fuerza y Sebas intentando dar el esquinazo a su cuerpo astral que todas las tardes se iba a jugar al dómino con los viejos del casino, llegaron a la mágica noche de San Juan. Para empezar el verano con buen pie nada como confiarse al fuego vivificador. Con las maderas del vacío gallinero y unas banquetas hicieron un pequeño fuego, que como no tiraba mucho avivaron con dos docenas de pastillas para encender barbacoas. En un santiamén pasaron de una pequeña hoguera a un gran incendio que diligentemente devoró el antiguo caserón del siglo XVI donde se celebraba la convivencia, todos los equipos técnicos y parte del bosque aledaño. Desgraciadamente, los concursantes salieron ilesos, y eso que Sonsoles en persona les persiguió con una azada para explicarles los fundamentos de los concursos de convivencia. Una vez calmada, ha prometido no volver a seleccionar entes mono neuronales en stand by para estos programas, antes rodar documentales sobre la fabricación de alpargatas en la maragatería.
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