Una vez terminado el sermón del representante imperial, se relajó la concurrencia, formando corrillos donde se cotilleaba sobre la coqueta gobernadora, se comentaban las últimas novedades traídas de allende del mediterráneo o se ponderaba si Prospero sería tan rapaz como su antecesor. Éste tomó asiento y, con mucha ceremonia, empezó a recibir pleitesía de lo más destacado de la sociedad local. Muy a su pesar, Sexto y Gala, con sus protegidos fueron a darle la bienvenida.
-Qué ven mis cansados ojos, si, es el caballero Sexto Parco. ¿Qué haces en Tarraco, lejos de las casa de juego y los lupanares de Roma?- atizó sarcástico el gobernador
-Próspero, es para nosotros un honor teneros entre nosotros. Espero que tu administración sea provechosa para todos. Seis meses hace que aquí llevo los negocios de mi suegro.
-Luego te has casado.
-Sí, esta es mi esposa, Gala Rala, hija de Renco Ralo, comerciante de vinos de Ostia.
-Si si, conozco a ese rico comerciante, pero estoy casi seguro, más aún, pondría la mano en el fuego de que su hacienda no ha tenido nada que ver en tu matrimonio, viendo la clase y hermosura de la hija.
-Gracias, señor gobernador. Mi esposo me eligió de entre todas por mi hermosura, igual que supongo que la suya le eligió a usted por su juventud y su sobria oratoria- terció Gala con fingida desgana, que bien le hubiera sacado un ojo al viejo.
-Bueno, también os quería presentar a Pomponio Porto y Quinto Terco, protegidos míos y miembros de una compañía de teatro.
-Actores, mal asunto. Donde andan ellos anida el vicio- miró con gesto displicente hacia el histrión y su amigo.
-Señor gobernador, la rectitud de nuestras costumbres está fuera de toda duda- se empezó a defender Pomponio
-No me cabe duda, si, pero Sexto, dime, ¿sigues jugándote hasta las correas de las sandalias a los dados?
-Creo que ya he escarmentado de mi desordenada vida.
-Me alegra oír eso, que yo no estoy dispuesto a tolerar conductas licenciosas, y menos entre los ciudadanos romanos de la colonia, que sirvan de mal ejemplo para la población local. La sobriedad, la austeridad, el respeto a la familia y a las costumbres son las que han hecho a Roma cabeza del mundo.
-Señor gobernador, soy más austero que una vestal, sobrio que no parezco tratante de vinos y el alto concepto de familia es lo que me ha llevado al matrimonio.
-Me alegra oír eso. Y dime, ¿sigues escribiendo?
-Bueno, quizás menos que antes
-Pues has de ponerte manos a la obra, que me han dicho que las obras del teatro están ya casi terminadas, y que mejor que una comedia educativa escrita por un noble romano para inaugurarlo.
-Pero yo nunca he escrito teatro, solo algún que otro poema.
-Paparruchas, no tiene que ser tan difícil. Es mi voluntad y basta.
-Es un honor para mí, pero igual no estoy a la altura de las circunstancias. Quizás Pomponio, que además de actor ha compuesto muchas piezas, estaría interesado.
-Yo podría escribirle una pieza con la que la inauguración del teatro quedaría por siempre en la memoria de la ciudad- dijo Pomponio, viendo la posibilidad de hacer un buen negocio.
-Pero yo soy de la opinión, aún más, defiendo abiertamente que los actores donde mejor están es trabajando en las minas. Como no queda más remedio que echar mano de ellos para las representaciones, transijo, pero que encima esos sacos de bajas pasiones escriban las obras ya es demasiado. Sexto, te emplazo de aquí a un mes a que me presentes la obra para ser estrenada si no quieres enfrentarte a mi cólera.
Mientras esto se dirimía, preguntó Julia a Rala:
-Querida, ¿Dónde te has hecho ese tocado? ¿No lo llevas algo torcido?
-Si bueno, me he corrido, digo que he venido corriendo porque llegaba tarde y quizás se haya movido un poco.
-Sí, ya te vi entrar hace un momento con tu protegido. ¿Quinto se llama? Casualmente aparecisteis por el lado de donde parecía venir ese alarido como de hiena sarnosa que sonó hace poco. Y tú, Quinto, ¿cuales son tu cometidos en la casa de tus señores?
-Yo estoy para complacerles con mis poemas, canciones, bailes y todo aquello que gusten- dijo zalamero a Julia.
-Me gusta, me gusta este bárbaro letrado. ¿Cuándo podrías recitarme todo tu repertorio?
-Estoy seguro que la señora gobernadora disfrutará más con las campañas de su señor esposo, veterano y curtido, que con los gorgoritos de un aprendiz de poeta, demasiado joven para ti, más amiga de las canas y arrugas- soltó furiosa Rala.
-Tranquila querida, que no pretendo que deje desatendidas sus ocupaciones para contigo. Y ese vestido, parece un poco anticuado ya. Acaso tenéis un sastre lusitano. En Roma acostumbran a vestir así las libertas del mercado del pescado.
-Aquí a Tarraco tardan en llegar las últimas tendencias, pero visto lo que llevan algunas, prefiero no ponérmelas, no sea que por la calle me pregunten por la tarifa de mis servicios.
-Pues tranquila querida, que yo te voy a poner al día. Ya quedaremos para renovar tu vestuario.
-Muchas gracias señora- dijo Rala mientras se retiraba pues su marido acababa ya la plática con Próspero. Los dos salieron de la presentación igual de soliviantados y ninguneados.
-¡Habrase visto la mocosa!
-Ese pellejo advenedizo que ha hecho carrera sisando en todas las legiones me viene a dar órdenes a mí, que pertenezco a la más antigua aristocracia.
-Con una hiena, con una hiena y con una pescadera me ha comparado.
-Cuando mi padre era cónsul el suyo andaba destripando terrones.
-Lecciones de moda, ella que va como una ramera siciliana.
-Y me manda escribirle una comedia como quien encarga hacer un botijo. Esto es humillante. El estado gobernado por desertores del arado, y nosotros, la nobleza, vendiendo vino. ¡Qué tiempos, qué costumbres!
-Para ir enseñándolo todo no hace falta sastre sino desvergüenza. Y su marido dando clases de moralidad mientras su mujer va poniendo cachondos a todos los machos de la ciudad.
Airado iba también Pomponio, que además de las amenazas nada veladas de mandarle bajo palio de piedra a la mínima, veía cómo, aunque a su pesar, el elegido para inaugurar la temporada teatral era el pluma floja de Sexto, despreciando el talento de uno de los mejores autores de comedias de la época, en cuya mano comían las musas. Quinto era el único que salió contento de la recepción, pues después del revolcón que le había dado a Gala se había encontrado con una Julia bastante interesada en él, y en la reunión descubrió un nutrido grupo de bellezones exóticos con los que no le importaría intercambiar impresiones en aras de un mejor entendimiento entre las distintas razas del imperio.
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