Dejábamos a nuestro amado bate Afrodísio enfrentado al duro reto de poner negro sobre blanco todo lo que en su corazón bullía, el amor que su pecho anega. Marieta, la altiva, la inalcanzable, la que robó su voluntad y entendimiento era el objeto de sus cuitas. Para ello no dudó en aceptar la hospitalidad y el mecenazgo de la asociación cultural maragato-nigeriana Pluma-Jaima y retirarse al Teneré a parir la obra que iba a hacer temblar los cimientos de la literatura.
Allí se las tenía con metáforas escurridizas, versos montaraces y epítetos de doble filo en medio del austero paisaje desértico, cuando un mediodía que salió a dar una vuelta por el mar de arena, en lo alto de una duna donde se detuvo un rato a ver el paisaje, recibió la revelación.
No es casualidad que las tres grandes religiones monoteístas hayan nacido en el desierto, espacio esencial, desnudo, en el que el hombre puede contemplarse a sí mismo sin interferencia alguna, además de recibir la influencia de la divinidad libre de los filtros y telas con que se oculta en otros lugares. El amarillo de las arenas se une al azul del cielo en el horizonte infinito, desde el que la voluntad divina insufla su sabiduría al hombre que sabe escuchar. Otros, en cambio, achacan el que haya tanto iluminado en el desierto al dañino efecto del sol pegando de plano sobre cocorotas fácilmente influenciables.
Sea como sea, Afrodísio vio desde lo alto de la duna repentinamente abrirse los cielos y de ellos bajar envuelta en rumor de plumas y batir de alas, entre aleluyas y canticos celestiales, una hermosa mujer, joven y delicada cual ninguna. Cuando hubo llegado a su altura y acallado la banda sonora que la acompañaba, habló así:
-Salve Afrodísio. Quizás no me reconozcas por mi aspecto, pero has de saber que yo soy Afrodita, la antigua diosa del amor, y que me presento ante ti porque eres uno de los que en mi sigue creyendo y es mi obligación el cuidar de los pocos fieles que me quedan, que el mercado religioso está cada día más reñido, y entre Alá, Yhavé, Siba y la cienciología, poco dejan a los demás dioses, y no te cuento a las diosas, que en los cielos las leyes de la igualdad se las traen al fresco.
-Mi diosa y señora, beso vuestras plantas. Es para mí el más grande día de mi vida, el poder contemplar semejante gloria.
-Gracias Afrodísio. Desde tu nacimiento en el Páramo estuve cerca de ti, que Ventorrillo desde antiguo me ha dado fieles devotos. Yo fui la que provoqué la lenta brisa otoñal bajo cuyo ascendente naciste, y que te inclinó hacia la poesía y el amor, aunque a decir verdad, me has salido bastante melancólico.
-¿Acaso tengo la culpa de enamorarme de mujeres inalcanzables?
-Claro que sí. Como puedes encapricharte de una lerda como Marieta, cuyo concepto de lo sublime no va más allá de cenar el sábado noche en el D. Bocata del centro comercial con su chorbo y echar un polvo en un descampado.
-Pero éso lo hace porque todavía desconoce el verdadero amor, el mío. Cuando lea todos los versos que le he dedicado, verá la luz.
-Ésa solo lee el Qué me dices en la cola de la frutería, y lo más parecido a poesía que ha visto es el horóscopo de Octavio Acebes. Desengáñate, que si leyera tus versos pensaría que estás aventado o que eres un invertido.
-Pero que voy a hacer entonces, si solo respiro para poder ver sus ojos.
-Pues mira para otro lado, que ésa no merece que gastes por ella ni un suspiro, si acaso alguna ventosidad. Yo te diré a quien tienes que amar, yo te diré a quien tienes que dedicar tus versos, quien los escuchará prendada y se tenderá a tu costado. A cambio, solo te pido que dediques parte de tu tiempo a fomentar el culto a mi persona, que como no encuentre pronto nuevos creyentes voy a acabar devorada por el olvido. Vives en un mundo en el que el amor carnal es el oscuro objeto de deseo de la mayoría de los mortales y yo soy la única deidad que puede administrarlo. Haz saber que mi iglesia solo tiene un mandamiento, amaros los unos encima de los otros, y que mis sacramentos otorgan la felicidad, no eterna, pero si muy terrena, y que yo les prometo que si se dejan llevar por su deseo, no desearán otros paraísos más que aquellos que puedan abarcar con sus manos.
-Mi diosa y señora, aquí tienes a tu más humilde servidor. Hágase en mí según tu palabra.
-Si me sigues, no han de faltarte mujeres que se miren en tus ojos y amen tus versos. Pero ahora ve, sal de este lugar perdido y vuelve a Ventorrillo a anunciar la buena nueva.
Ya se ponía el sol cuando despertó Afrodísio de su delirio, o quizás epifanía, convertido en un hombre nuevo. Volvió a la jaima y rompió todos los versos que había compuesto a Marieta, arrojándola de su pecho como un kleenex usado. Ahora era el enviado de la mismísima Afrodita, la divina diosa del amor, y él iba a ser el encargado de anunciar la llegada de una nueva edad de oro, en la que por fin quedarían al descubierto las mentiras de las grandes religiones, que el culto a Venus era el único que garantizaba amor para todos, aquí y ahora, como un cheque al portador y no como otras sectas, que solo te ofrecen una hipoteca a 80 años para que la disfrutes en la otra vida.
2 comentarios:
Muy buena entrada. Queremos más de estas.
Atentamente
(firmado)
Sociedad Escolástica de Xenofilia Omnipresente (SEXO).
Continuará...
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