Oh mísero de mí que yago en esta prisión, que ni sé por qué aquí dieron mis huesos ni cuando a la luz del sol saldré, que yo solo procuraba la mayor gloria de mi señora, la celeste Afrodita.
Desde que vi la luz y la verdad en lo alto de una duna del Teneré, todo es para mí buscar que los incrédulos adoren a la única diosa que les puede dar felicidad en esta tierra. Solo el amor, el amor carnal, derramado entre todos los mortales los convierte en inmortales durante una efímera eternidad. Esto es lo que ofrece Afrodita, la felicidad aquí y ahora para todos los que se pongan bajo su amparo.
Con esta buena nueva volví a Ventorrillo, patria chica en la que me dijo la diosa que debería comenzar mi prédica. Con unos cuartos que pude juntar alquilé un local en el que instalar la sede de la nueva iglesia. El Jardín de Afrodita rotulé bien grande a la entrada de la misma. Llené calles y plazas con esquelas invitando a todo el que quisiera a la gran ceremonia de presentación de la nueva religión, donde hombres y mujeres conocerían por fin el poder liberador del amor, el placer de holgarse los unos con los otros, el aumento de la propia estima al confundir su cuerpo entre otros cuerpos, entregándose a todo el que pasara por allí como si fuera el primero y último que en esta vida catara. Quería que supieran de los dones de la diosa del amor, que degustaran el sagrado néctar del placer para liberarse de sus ataduras terrenas y ascender a los cielos a golpe de cintura.
Estos mensajes y otros tales dieron en crear expectación entre la gente de Ventorrillo, siempre ávida de novedades. El día indicado para la solemne apertura el pueblo estaba en calma, viento no lo removía, raro suceso en un sitio siempre barrido desde los cuatro puntos cardinales. Desde que se abrieron las puertas de la bajera reconvertida en templo, con un pequeño estrado y unos bancos mercados en los traperos de Emaús, empezó a llenarse de gente con ganas de ver y palpar la palabra de Afrodita. Yo, por santificar la reunión, encendí en las esquinas unos hachones que mi señora me había enseñado a fabricar a base de cera y concentrado de feromonas, para que la gente estuviera más abierta a recibir el mensaje divino.
Y era maravilla de ver cómo según escuchaban mis palabras sobre los bienes que derramaría Afrodita sobre ellos, mientras el humo de las velas les hacían perder su timidez, iban unos a otros mirándose con más franqueza, bien al escote o a la entrepierna, arrimándose quedamente y dejando que sus manos hablasen por ellos. En eso vi yo la grandeza de mi diosa, solo ella es capaz de que los cuerpos y las almas lleguen a una comunión tan íntima. Ya se abalanzaban desnudándose unos sobre otros, volaban bragas y pantalones, se entregaban a los mil juegos del amor encima y debajo de los asientos, tríos en el escenario y en una esquina una cama redonda para tratar sobre el coño de la boticaria, toda la vida una estirada y ahora dando caña a cuatro maromos. Doña Pepita la pastelera, otra a la que nadie le bailaba el agua, ejercía de Gracia de Rubens entre dos camioneros, y Otilia Otero, multidisciplinar artista local, se aplicaba a la disciplina griega olvidada de su amado Casto Castro, a la sazón de tourné lírica por el Bierzo. Paco el Porronero fincó a diestra y siniestra sin atender sexo ni estado ni condición y hasta estuvo receptivo a los deseos de DJ Bankal, que tiempo hacía que lo tenía enfilado.
Y ante la vista de tanto amor no pude más que callar y dar gracias a mi señora. Para mejor amar puse en el hilo musical temas de contrastada espiritualidad como los de Luis Aguilé y Mari Trini, los más indicados para alcanzar el éxtasis.
Estuve esperando una señal divina que me dijera cual sería la mujer a la que entregaría mis anhelos, pero no se produjo pues cuando todos mis fieles estaban amándose en gozosa algarabía hizo su aparición el zafio brazo de la ley, los heraldos verdes de airado Ares, guardia civil caminera, torva la mirada y tricornio a rosca. Con la escusa de que no teníamos licencia de reunión y que el local no ofrecía las condiciones mínimas para la celebración de orgías (como si las ganas no fueran condición suficiente), acabaron con mis huesos en la trena, donde no sé cuando es de día ni cuando las noches son por culpa de los culatazos que en la cara distraídamente me dieron los beneméritos agentes. El resto de mis fieles fueron disueltos a base de jarabe de palo, huyendo medio en cueros por las calles del pueblo y acabando lo comenzado cada uno como pudo.
Pero bien sabe Afrodita que no he de retroceder por más que se multipliquen las penurias, que nunca fue fácil el camino de la verdad. Ya he plantado la semilla de la verdadera fe entre mis paisanos, y muchos la han abrazado con entusiasmo. Ya he sido invitado a ingresar en la LOLO, la Logia de Eolo, antiquísima y secreta organización que desde las entrañas del inmenso órgano natural sobre el que se asienta Ventorrillo dirige los destinos de nuestro pueblo, para que explique mi verdad y poder engarzarla en el saber místico que atesoran. Está más cerca el día en que mi diosa sea loada por todos en los cielos así como en la tierra.
4 comentarios:
Pues no me enteré de la reunión. Una pena, porque siempre ando atento a las actividades de este tipo que anuncia 20minutos.
Para la próxima serás invitado de honor
Siempre he querido ir a una orgía destas de 50 o 60 personas (pero con organización, vayamos a pollas), Afrodita es la más grnade de las diosas, no en vano nació del semen de un huevo cortado de Urano y en teoria fecundo al mar, supongo que por eso muchas mujeres huelen a pescado.
Querido Kalifer, me abrumas con tu saber enciclopédico, que si no es por ti nunca se me hubiera ocurrido pensar que las mujeres huelen a sardina
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