Dos semanas después se celebró el rito de iniciación de
Javier. Después de dar vueltas durante horas con los ojos vendados por
carreteras secundarias llegó a una amplia sala subterránea guiado por Zacarías.
Las paredes estaban cubiertas por antiguos mosaicos que historiaban partidos de
fútbol. En ellos se podía ver a Mercurio a la salida de un córner, a Jesucristo
rematando de cabeza, a Zaratustra desmarcándose por la banda o a Mahoma en
fuera de juego entre otros. La sala,
rectangular con dos porterías y las líneas del campo pintadas, estaba rodeada
de balones de los que asomaban hachones que aportaban una iluminación trémula a
la estancia. En una sala anexa el asustado entrenador fue preparado para el ceremonial
por el servicial Zacarías. Una vez vestido con el uniforme oficial de la
sociedad, camiseta negra y amarilla, calzón negro y medias amarillas, se le
colocó una careta en forma de balón y se le puso a cuatro patas en el centro
del campo mientras el resto de los cofrades, unos cincuenta, se ponían en corro
alrededor del círculo central. Iban con la misma indumentaria que el aspirante
pero con más ornamentos según fueran miembros recientes, suplentes, jugadores o
entrenadores, el nivel último. Todos portaban una máscara dorada en forma de
balón, pero hasta en la incómoda posición en que se hallaba Javier podía
reconocer a varios jugadores e integrantes de la junta directiva, junto a algunos de los tipos que solían
merodear por los entrenamientos, con
Edgardo como maestro de ceremonias y Sumo Comendador del Priorato. Cada miembro
llevaba a la espalda el grado simbólico al que pertenecía: los más bajos con
títulos del estilo de Intendente del Césped o Caballero Hinchapelotas. Los
intermedios, ocupado por cófrades que ya empezaban a participar en los arcanos
de la orden, respondían a cargos tales como el Perfecto Elegido del Banderín de
Córner, Príncipe de la Condomina o Gran Pontífice de la Tribuna Sur, dignidades
que poseían nexos místicos con secretos que se perdían en la noche de los
tiempos. Del grado veintiséis al treinta y tres estaban reservados a la casta
de los entrenadores, caballería espiritual que velaba por la custodia de las
últimas verdades, entregadas a los fundadores de PRIBADO en el siglo primero de
nuestra era en Jerusalén. Eran, entre otros, el Gran Comendador de las Grandes
Ligas, el Gran Elegido Burgomaestre del Fuera de Juego o el Guardián del Silbo
Sagrado, y el jefe supremo de todo esto, Soberano Comendador Gran Entrenador
General, Edgardo de Valdegodos en el siglo, depositario de la herencia
hermética de los 68 entrenadores generales que le precedieron y custodio de la
sagrada llama del deporte rey.
Él fue quien dio comienzo a la ceremonia de iniciación,
ricamente ataviado con una elástica bordada en oro y azabache, pantalón corto
de seda y medias con temas alegóricos, mientras Javier esperaba en incómoda
posición pero pensando que mejor a cuatro patas que reventado boca arriba como
el pobre de Tino. Por turno, cada uno de los miembros imprecaba al aspirante
con frases como “¿Reniegas de los falsos deportes?”, a lo que tenía que responder “Sí, reniego” y
recibía un fuerte balonazo en el trasero. “¿Reniegas de las falsas camisetas?, ¿reniegas
de los árbitros comprados?, ¿reniegas del maratón o del ciclismo?”, y pelotazo
va pelotazo viene. Una vez dada la espalda a su vida anterior, ha de abrazar la
nueva que se le ofrece. Bajo la fórmula “¿Acatas la divina gracia del Supremo
entrenador?, ¿Acatas la sacrosanta autoridad de la sociedad del balón dorado?,
¿Acatas el soplo místico del santo grial?”. Acato, acato, balonazo, balonazo.
El objeto de este ritual era el de sincronizar el movimiento del séptimo chacra
o muladhara para que el potencial vital del aspirante se redireccionara hacia la
verdad esférica, el divino poder inmanente al sacrificio que se produce en el
campo de fútbol.
Acabada la ceremonia, y sin poder sentarse, fue efusivamente
felicitado por sus nuevos camaradas. No sabía hacia donde giraba ahora su
chacra pero la cabeza le daba vueltas en todas direcciones. Con un abrazo de
oso, Chache y Chochete mostraron su alegría de tenerle entre ellos, don Jaime
le silbó algo incomprensible al oído y el Gran Maestre se alegraba por su
bautizo en la verdadera fe.
-En verdad le digo, cófrade suplente, que está llamado a
ocupar los más altos rangos de nuestra mística alineación; no en vano es usted el único que posee en el
siglo la cédula de entrenador. Mientras que en el interior de nuestra orden la
casta de los entrenadores es una alegoría perfecta tras la que se hallan los
elementos últimos sobre los que descansa nuestro poder, usted tiene la llave
para llevar a nuestro equipo hasta lo más alto de la liga de primera, desde
donde enseñaremos al mundo cuál es el verdadero camino, cuál es la verdad y la
vida.
-Muchas gracias, Comendador, pero no sé si merezco tantas
atenciones, que no soy más que un modesto técnico. En los jugadores reside el
mérito.
-Sí, pero solo en parte. Ahora que está bajo la égida del
Soberano Seleccionador, Señor de todo lo creado, podrá conocer los ritos
mediante los cuales nuestros jugadores se convierten en súper futbolistas,
aunque le adelanto que el principal ingrediente es la fe, que si la verdadera
es capaz de mover montañas, mucho más balones.
2 comentarios:
Me ha recordado a la ceremonia de iniciación de los masones, esto.
Pero en todo caso, ahora que el protagonista asciende a la primera división de la logia -aunque de momento no pueda sentarse-, espero que nos vaya iluminando en los oscuros recovecos de esta santa asociación. ¿O ya está atado por el secreto de silencio?
@ Rick
entró el hombre de rebote, pero si la gran esféra mística así lo quiere, puede que esté llamado a grandes metas, de las cuales daremos cumplida información.
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