Abandonada la docencia y con el chacra debidamente
sincronizado con el resto de la orden, inició Javier la preparación de la nueva
temporada. Ahora pudo asistir a las charlas que recibían los jugadores, donde
don Jaime les sermoneaba con que no eran simples deportistas sino una nueva
categoría humana, mitad monjes, mitad futbolistas, destinados a forjar las
bases del nuevo orden mundial. El ascetismo en el que vivían se extremó, solo
tenían ojos para lo que pasaba en el rectángulo verde. Estos veinteañeros
contenían toda su fuerza vital y sexual para derrocharla en una galopada hacia
la portería contraria o en frenar al delantero rival. Todos los que les veían
jugar se percataban de que había algo que no parecía normal en su juego, pero
nadie sabía decir qué. Los controles antidoping daban todos negativos, todo
parecía cuestión de la fe ciega que tenían en Edgardo.
Como miembro del Priorato, el entrenador pudo presenciar
parte de las reuniones previas a cada partido en las que el presidente y
Comendador daban catequesis a sus acólitos. Arrodillados a su alrededor
comenzaban con el padrenuestro:”Seleccionador nuestro que estás en el palco,
venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad así en el campo como en la grada,
los goles nuestros de cada día dánoslos hoy, no nos dejes caer en la derrota,
líbranos de las lesiones así como nosotros nos libramos de nuestros rivales y
no nos dejes caer en el descenso, amén” Erizaba el vello ver el recogimiento
con el que se aplicaban a la oración. Después Edgardo daba una arenga para inflamar
el espíritu combativo, terminando con un ritual destinado a activar el chacra
raíz. Dándose besos unos a otros en el trasero para reconocerse como iguales
ante el Supremo Seleccionador, formaban una cadena circular en torno al
presidente en la que cada uno iba agarrado al miembro del de delante. Así iban
girando por espacio de unos minutos recitando como un mantra Esqueje Vincet, Esqueje
Vincet, creándose una íntima comunión entre todas las líneas, desde el portero
a los delanteros. Por el momento yo no podía presenciar el final de la reunión,
pero cuanto más veía esa ceremonia más olvidaba mis prevenciones y más
integrado me sentía con mis chicos, hasta el punto de que mediada la temporada
eché mano del badajo del de delante y me diluí en la cadena que giraba en torno
al Gran Comendador, que a pesar de su corta estatura miraba desde las alturas
con sesgo seráfico. Yo, que siempre había huido de compromisos, que siempre había ido a lo mío,
me veía ahora como una pieza necesaria en el gran mecanismo del Esqueje. Este
olvidar tu propio yo para sobrepasarlo y diluirlo en una entidad más compleja y
trascendente como era el equipo supuso para mi, hasta ese día un simple maestro
y entrenador que vivía en el egoísmo y la oscuridad, el comienzo del acercamiento a la fe esférica.
Mientras tanto iban cayendo rivales uno tras otro. A pesar de
la poca repercusión de la
Segunda B, varios medios nacionales se habían fijado en
nosotros, y el presi los había despachado con unas declaraciones sobre fútbol y
justicia social que los dejaron con la boca abierta. Yo había alcanzado gran
compenetración con los chicos, lo que revirtió en la creación de gran cantidad
de jugadas estratégicas con las que aumentamos la efectividad. A falta de tres
partidos nos proclamamos campeones de la categoría, en el pueblo hicieron tres
días de fiesta y no hubo joven ni viejo que no se emborrachara a nuestra salud.
2 comentarios:
Uy. Nos metemos en terrenos procelosos. Que, por otra parte, también ese tipo de "comuniones" se le atribuyen a algunas ramas heterodoxas de los templarios y otros militantes de la fe. Descarriados tal vez, pero el Destino es el Destino.
Pues venga, a ver cómo sigue la historia...
Es evidente que esos advenedizos templarios copiaron impudicamente los ritos iniciáticos de la logia del balón dorado. Pero pagaron caros sus pecados.
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