El ascenso de categoría le fue recompensado a Javier con una
subida poco habitual en los grados de la sociedad, pues pasó de suplente a entrenador,
portando la camiseta del Sagrado Guardián del Tarro de Linimento por el Rito Escocés. Otra vez arrodillado en
el templo subterráneo de la orden ante el Comendador y otros dos altos cófrades,
se preparó a recibir parte de los arcanos que, sin interrupción, habían pasado
de viva voz de unos a otros de los miembros del círculo interno del priorato desde
los albores de nuestra era hasta el día de hoy.
-Ha demostrado templanza para dirigir a nuestro equipo,
inteligencia para sortear los retos tácticos, discreción para con los secretos
de la orden y fe en la próxima venida del Sumo Seleccionador, el que elaborará
la lista definitiva de los hombres de buena voluntad- comenzó en tono solemne
Edgardo-. Como ya le referí una vez, la adoración de la esfera, el juego
sagrado en el que se recrea la creación del mundo, surge con nuestros primeros
padres y fue la columna vertebral de todas las religiones antiguas. Platón
acababa sus clases en los jardines de Academos
con un partidillo entre sus alumnos más aventajados; Aristóteles, en una
obra hoy perdida, escribió uno de los primeros reglamentos del fútbol con el
que se pitó en los juegos olímpicos. Los tartesios, egipcios y otros muchos
pueblos simbolizaban al dios sol en la sagrada pelota con la que jugaban partidos
que duraban el día entero. Así mismo, en Palestina era costumbre desde antiguo
dirimir litigios mediante la celebración de partidos de fútbol. De esta manera
consiguió el equipo de los hijos de Jacob hacerse con un lugar bajo el sol de
Canaán, o el entrenado por David, que venció al comandado por Goliat con un
penalti en el minuto noventa y dos, aunque la historia después haya sido
tergiversada.
Ha de saber que en el siglo uno nació en Belén uno de los
mayores genios futbolísticos de todos los tiempos. Su nombre era Jesús. Desde
niño dio muestra de unas habilidades con el balón que maravillaban a todo el
que le veía, hasta llegar a llamar la atención de los sacerdotes del Templo, en
cuya explanada se encontraba el principal estadio judío. Dio sus primeros pasos
como profesional de la mano de Juan Bautista, otro crack de la época, medio
volante del Cafarnaúm Balompié. Su
eterno rival, el Recreativo Nazaret, se hizo con sus servicios pagando el
traspaso más caro de la época, treinta monedas de plata. Con ellos ganó cuatro
ligas de Judea y tres copas inter tribus. El pueblo estaba con él, pues a su elegancia
con el balón y gallardía para con el contrario unía su firme voluntad de no
dejarse uncir al yugo romano. Y halló Jesús la gracia a los ojos del Sumo Seleccionador,
que derramó sobre él sus bendiciones
para convertirle en el líder de su pueblo.
En aquellos tiempos los judíos estaban alzados en armas
contra los romanos, tramposos
imperialistas, y como quiera que tras muchas escaramuzas y atentados, revueltas
y represalias, era incierta la victoria y grande el desgaste de los
contendientes, se convino un partido que decidiera la cuestión: si perdían los
romanos embarcarían rumbo a Italia, y si lo hacían los judíos acatarían el
orden imperial.
Mucho les iba en el envite, y Jesús y sus compañeros de
selección eran conscientes de ello, pero el Sumo Seleccionador, que desde
antiguo velaba por los judíos por lo bien que hacían el fuera de juego y
practicaban el cerrojazo, vino en su ayuda. Gabriel, un mensajero suyo,
ataviado con la camiseta de la selección judía, se apareció una noche en casa
de los padres de Jesús. Allí le hizo entrega a María de un divino presente, un
objeto santo con el que poder hacer frente al pérfido imperio: el Silbato
Sagrado, la plasmación terrena del deseo del Supremo Hacedor de que se realizara
su voluntad así en la tierra como en el cielo. En este sublime objeto, amigo
Javier, con el que se imparte justicia en el césped, se transustancia la
voluntad divina. Más tarde religiones torticeras han querido ver en este
sagrado presente al espíritu santo, cuando su poder va más allá. Para el
partido que debería dilucidar la cuestión judía, bastaba con que el árbitro
utilizara ese silbato para que todas las faltas fueran en contra de la selección
romana. En cosas como ésta es donde se ve la grandeza del Altísimo.
Y si cree que esto era jugar con ventaja es que no conocía a
la selección romana, con la flor y nata de las cuatro esquinas del imperio. Al
ya clásico catenaccio italiano se sumaban varios estilistas galos, un portero
íbero casi imbatible y una delantera germánica que por donde pasaba no volvía a
crecer la hierba. Era un equipo imbatible, por mucho que Jesús fuera capaz de
caracolear entre líneas, hacer caños, dejar sentados a varios defensas a la vez
o disparar entre los tres palos desde cualquier punto del campo. Sus
compañeros, desgraciadamente, no brillaban al mismo nivel. Solo Simón Pedro,
defensa central con proyección ofensiva, sólido como la roca y luchador
incansable, Bartolomé, competente cancerbero y Mateo con su clarividencia para
leer todas las fases del partido aportaban algo a la tarea de Jesús, que, además, tuvo que bregar con envidias e
inquinas que minaban la moral como las armadas por Judas Iscariote, que nunca
aceptó de buen grado su papel en el banquillo y, a la postre traicionó a su
capitán.
El partido se celebró en el estadio situado enfrente del gran
templo de Salomón en Jerusalén, los romanos con su escuadra de gala y los hebreos
con lo que habían podido reunir de los equipos locales. Pero la fe ciega que
tenía la afición en su ídolo hacía que nadie dudara de que ese sería el día en
que los romanos subirían a sus barcos para volver a casa. Aún así, Jesús no las
tenía todas consigo, pues sabía que si perdían los imperiales bien podían
romper su compromiso y seguir como hasta el momento. La ayuda del Sagrado Silbo
le daba fuerza, lo que junto al empuje del graderío hizo que el choque se
presentara muy igualado. Todas las fuentes de la época, querido Javier,
concuerdan en que el guardameta íbero, Iñigo Totusparum, era infranqueable; la
defensa etrusca castigó los calcañares de todo el equipo judío para que
anduvieran con cuidado, y a la delantera germana daba pavor verlos entrar a
rematar con la fuerza de cuatro trirremes. Pero el Sagrado Silbo hacía que el
árbitro, indefectiblemente, pitara en
contra de los romanos, con lo que Jesús, Pedro y los demás podían zafarse un
poco del dominio rival. Corría el minuto sesenta cuando, en una jugada de
ensueño, Jesús recogió el balón en el centro del campo y, tras driblar a toda
la defensa, chutó a gol entre gritos de
aleluya aleluya de toda la grada y coros celestiales. No por ello
dejaron los romanos de presionar, debidamente motivados por su entrenador
Pilatos de mandarlos a todos a galeras, pero el ángel del señor estuvo
custodiando la portería de los justos para que no fuera hollada por las impías
huestes. Acabó el encuentro y los cielos se abrieron para cantar la gloria del
Señor, mientras que Jesús, a hombros de sus compañeros, recibía pleitesía de
todo el pueblo judío que lo aclamaba como su nuevo mesías.
Pero bien conoces Javier la perfidia que anida en los
corazones romanos, y no iban a quedarse con las manos cruzadas ante la derrota
y más cuando el traidor Judas, lleno de rencor por no haber sido del once
inicial, fue con la historia de que la victoria judía se debía a artimañas poco
deportivas. En plena celebración llegó la guardia de Pilatos, y dieron con toda
la selección en la mazmorra, donde después de un proceso sumarísimo fueron
condenados la mayoría a ser crucificados, Jesús entre ellos.
Supongo que todas estas noticias te sonarán, por más que la
iglesia romana lleve siglos tergiversando y manipulando la historia para
presentar a Jesús como algo que nunca fue, que la máxima ilusión en su vida era
liberar a su pueblo y jugar en el Barcino F.C., principal equipo de la época, y
no el andar dando consejos y parábolas, que sólo las usaba para rebasar al
portero. Ésta es la historia sagrada de la que somos depositarios los miembros
de nuestra orden, y has de saber que en ese mismo partido en que se decidió el
destino del más grande jugador de todos los tiempos, en ese mismo momento
surgió nuestra orden, los perpetuos y perfectos custodios del Sagrado Silbo.
2 comentarios:
Ya decía yo que lo de las Escrituras olía mal. O sea, que al menos el Nuevo Testamento nos ha sido birlado impunemente por la mafia del Vaticano y sustituido por una serie de historietas fantasiosas cuyo valor literario no niego pero que no sirven para explicar nada...
Porque no hay duda: esta versión que usted nos cuenta es mucho más creíble, dónde va a parar. Eso sí, tenga cuidado: los servicios secretos de Roma no descansan.
@ Rick
el mayordomo del papa ha corroborado en persona esta historia, de ahí su caida en desgracia. Pero al final la verdad se abrirá paso.
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