A las ocho en punto de la tarde empezaron a mover la pelota
el Liverpool y el Injerto. Ni un alfiler cogía en el campo y, a excepción de la
hinchada inglesa, todos jaleaban al equipo negro y amarillo, que parecía que
jugaba en casa. El palco estaba cuajado
de las más altas estancias del país anfitrión y de los contendientes, además de
otros tantos que no querían perderse el partido del siglo. Los cuatro
seguidores de toda la vida del Injerto hoy se sentían impelidos por miles de
gargantas. Edgardo celebró una sesión especial en el vestuario en la que
conjuró a todo el equipo y les galvanizó con el chiflido con el que les
infundía antes de cada partido la determinación de ganar o ganar. Hoy
llegaremos a la gloria reservada a unos pocos como vosotros dijo para terminar
su homilía.
El partido fue una batalla campal entre el poderío técnico y
físico de los ingleses y la tenacidad y correosidad de los meseteños, que no
dejaban respirar al contrario. Aunque tenían un portero algo cantamañanas, estaba
bien custodiado por los carniceros de la defensa, mientras la delantera ponía
en continuo brete a Chache, que sacaba manos que solo el Supremo Seleccionador
le podía inspirar.
Edgardo, en el palco con las autoridades, a pesar de su
aplomo habitual, mal disimulaba su angustia, sabedor de que toda la historia de
la orden estaba en juego y que sus sesenta y ocho predecesores le estarían contemplando desde la
sagrada grada del paraíso en tan cruciales momentos. Matías y Zacarías, con la
excusa de supervisar la retrasmisión, se habían instalado en el centro de
control de televisión silbo en ristre, conteniendo la respiración cada vez que
el Liverpool se acercaba al área contraria. Javier se desgañitaba a pie de
campo dando instrucciones a sus jugadores, que a duras penas contenían las embestidas
rivales.
Un triunfo se consideró llegar al descanso con la portería a
cero. David estaba resistiendo a Goliat. El resultado era incierto, lo que aumentó más si
cabe la audiencia televisiva, junto con la que seguía la lucha de titanes por
internet, radio, en pantallas gigantes en muchas ciudades, además de bares,
tabernas, burdeles, sidrerías, cervecerías y restaurantes que estaban de bote
en bote, todos mirando embobados la pantalla. Millones de personas en África y
Asia haciendo suyo el sueño de unos chavales de pueblo, toda América latina y
hasta en los USA se habían interesado por el soccer ese.
Pero, mientras tanto, comenzaba la segunda parte y el Injerto
no conseguía el gol que necesitaba para
hacer saltar la chispa, a pesar de que en el descanso Edgardo había hecho un
aparte con Chochete para juramentarse con él en la consecución del tanto
fundamental.
Seguía el encuentro la misma tónica de ataque con todo de los
ingleses y defensa a ultranza de los españoles, con algún tímido acercamiento a
la portería rival. Mediada la segunda parte, se montó un barullo en el área
pequeña a la salida de un córner, llegó el balón suelto a pies de Chochete quien
conectó un derechazo con toda su alma que, tras rebotar en un contrario y luego
en el poste, acabó tontamente en las redes.
El rugido fue como el que acompaña el de un movimiento
sísmico de escala diez. La tensión y el deseo contenido tomaron cuerpo en un
ruido que parecía surgido de las entrañas de la tierra, coreado por miles de personas
a voz en cuello. Las gradas vibraron con un movimiento frenético, igual que los
millones de personas que se congregaban frente a las pantallas de televisión.
De entre toda esa explosión de alegría un sonido lento y suave apenas
perceptible empezó a llegar a los oídos de todos los televidentes así como a
los de los que estaban en el estadio olímpico. Matías desde el control central
de retransmisión había soplado de esa forma con la que el Sagrado Silbo
entregado hace veinte siglos por el arcángel San Gabriel a María para ayudar a
su hijo, conseguía hacerse con la voluntad de todo el que alcanzaba a oírlo.
Millones de personas excitadas deportivamente eran presa fácil para ese hipnótico
sonido, que salía como sin querer por todos los altavoces de teles y radios del
planeta. Gran parte de la población estaba a punto de caer bajo la bota del
Priorato del Balón Dorado.
Edgardo, que se había colocado unos tapones nada más chutar
Chochete a gol, veía culminada desde el palco la magna obra con la que la orden
había soñado desde hace siglos, la unificación de toda la humanidad bajo el
designio de la providencia circular, antigua y perfecta religión que haría a
los hombres seres felices.
4 comentarios:
Vaya hombre. Yo pensé que iban a ganar 3-0 por lo menos. Pero es igual: ese gol que se ha colado tontamente parece el principio de un Nuevo Orden.
Aunque me ha intrigado eso de que Edgardo se haya puesto tapones en los oidos...
Chafardero, te sigo y admiro desde hace años, pero hay una cosa que no puedo dejar pasar: todos los partidos de liga de campeones (salvo los que se juegan en Rusia) empiezan a las 20:45. Esto viene en el tema 1 de futbolería. Eso de la final a las 20:00 te ha delatado como poco futbolero (cosa que esperaba por otras entradas).
En cualquier caso, esto de que te lances a un relato largo es cojonudo. Espero ansiosamente el final de "la fe esférica" y el comienzo del siguiente serial. Y si por medio hay alguno de los habituales cortos, fenomenal.
@ Rick
Edgardo se ha guardado de caer bajo el influjo del sagrado silbo porque espera manejar el cotarro tras el advenimiento del Supremo Seleccionador... o eso cree.
@ Richard
Pues tienes razón, no me leí el tema 1 de futbolería y me han pillado en fuera de juego. Gracias por la puntualización.
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