Qué malos son los lunes. Reunión a primera hora, el jefe echando
la bronca para que te pongas las pilas, el café de máquina que te revuelve las
tripas, la rutina que te abraza hasta asfixiarte. Pero ya vas camino de casa, toda la tarde en
el sofá, el descanso del guerrero después de todo un finde de mambo. Abres el
buzón y te escupe propaganda en todas direcciones. La recoges cabreado y te
retiras a tu guarida.
Los martes ya empiezas a recuperarte de los abusos de tus horas de
ocio. Nuevos planes con los colegas empiezan a cuajar en el Facebook. Ya has
perdido las ganas de asesinar a tus compañeros de oficina, y con alguno hasta
hay alguna sonrisa cómplice. Al pasar por el portal ves asomarse una carta con
una orla inconfundible. El recibo del teléfono, como siempre con treinta euros más.
Vuelta a reclamar, a discutir con máquinas, a acordarse de la madre del
presidente de la compañía.
El miércoles el jefe ha estado de viaje, así que ha sido una
mañana muy relajada. Eso sí, el trabajo se acumula en tu mesa, pero para un día
que puedes navegar con tranquilidad hay que aprovecharlo. Entre la
correspondencia, anuncios de sonotones,
pizzas y neumáticos, dos multas dos de aparcamiento y una citación para
el juzgado que no tienes ni idea de qué va. Joder piensas, esto me pasa por
abrir el buzón.
El jefe ha vuelto y con él llegó el Armagedón. Quiere para mañana
todos los informes, y tú que estabas con la cabeza en el finde, en intentar
quedar otra vez con Nuria a ver si hay más suerte. Toda la tarde currando en casa.
La vecina, una amable señora, te hace entrega de un certificado que te ha
recogido. Le das las gracias con una sonrisa de hielo mientras ves el membrete
de hacienda. Tus malabarismos financieros no han colado, tienes que acoquinar
sí o sí mil euros más.
Toda la noche en pie para acabar los informes. Los presentas a
primera hora y el jefe te despelleja vivo: donde está el balance mensual, el
índice de repercusión, el porcentaje de retención, dónde dónde. No va ser el
mejor momento para pedirle un adelanto. Te metes quince cafés para seguir
despierto. Nuria te dice que se va a esquiar con alguien que acaba de conocer.
Así se coma todos los pinos de la pista. Llegas derrotado a casa. Quisieras no
mirar a tu buzón pero está a rebosar. Te armas de valor y empiezas a mirar:
factura de la luz, factura del agua, extracto de tu banco diciéndote que estás
al borde de los números rojos, el extracto de la visa, publicidad de neumáticos,
un chino con unos sospechosos bajos precios, otra factura de no sabes qué, y casi
al final, una postal, escrita a mano. Te quedas impresionado y hasta piensas en
alguna turbia maniobra comercial, pero no, es una carta manuscrita. Antes de
ver el remitente, reconoces la letra menuda y redondita de alumna aplicada de
tu madre. Que está de vacaciones en Benidorm, que hace buen tiempo pero a veces
la reuma le da algo de guerra, que se lo está pasando muy bien y que te cuides
que anda mucha gripe. Te quedas mirando un rato largo la postal, la relees
hasta que se te humedecen los ojos. Tanto tiempo sin una buena noticia vía
postal que ya te parece increíble. Te subes a tu cubil reconciliado, aunque sea
por un rato, con la vida, y con correos.
2 comentarios:
Dramático, amargo... aplastante. Un perfecto resumen de las penurias existenciales y de las otras que asfixian al "homo currantis" actual. Sin luz en el horizonte, amarrado al duro banco de la galera, con Nuria tan lejos y la Telefónica tan cerca.
Menos mal que los valores tradicionales nunca fallan: la postal de mamá, ese elemento que de muy jóvenes tal vez nos fastidiaba (qué engorro, tener que contestarle) y que ahora es la única luz en esa rutinaria tiniebla.
Estamos existencialistas, ¿eh?
@ Rick
La verdad es que ha quedado bastante dramático, pero supongo que tener el buzón lleno de malas noticias es síntoma de que tu vida es una mala noticia.
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