Si echamos la vista atrás veremos que la historia no es más
que una larga sucesión de extinciones. Este es el feliz destino que nos espera
a todos cuando el instinto de supervivencia deje de empeñarse en que nos arrastremos
por el planeta a tontas y a locas. Pero en lo de las extinciones también la
cosa va por barrios. Hagan cuentas de los ríos de tinta vertidos para desentrañar la desaparición de los
dinosaurios, repelentes bichos que increíblemente cuentan con simpatías allá
por donde pregunten. O lean los periódicos con los ecologistas en pie de guerra
en defensa del tigre bengalí o el oso asturiano. En cambio, hay especies sin
tanto relumbrón que están al borde del abismo ante la indiferencia general. Y
unas de ellas son las humildes ladillas,
entrañable insecto que mora en el vello púbico y que con la moda de la
depilación brasileña –ya saben, dejarse el chichi como culito de bebé– se ven
abocadas a la extinción al desaparecer su hábitat natural.
Por desgracia para las ladillas, el viejo dicho donde hay
pelo hay alegría ha caído en desuso. Una clínica australiana de salud sexual
asegura que desde el 2008 no ha pisado su local una de esas picajosas
habitantes de la entrepierna. Según otro estudio, el 80% de las universitarias
yanquis se afeitan a cero los bajos, no dejando ni un mal pelo al que
encaramarse a nuestras amigas, que se baten en retirada.
Otro ejemplo de como la mano del hombre, en este caso la
maquinilla de la mujer, aniquila una especie, que solo buscaba su lugar bajo el
sol, o mejor bajo el monte de venus, donde perpetuarse hasta la llegada de la
gran extinción, donde todos arderemos en el fuego purificador. Pero a estas
pobres, protagonistas de tiernas y divertidas historias de amor y chapuza, su
día les ha llegado por culpa de la moda carioca. Sobre la conciencia de los
brasileños caerá la desaparición de una especie que llevaba varios millones de
años a lo suyo, molestando lo justo y necesario. Pero se veía venir que una
sociedad que mueve las caderas a ritmo de samba en tanga iba a ser la tumba de
estos visitantes no deseados.
No somos optimistas ante la posibilidad de que algún grupo
de animalistas salga en defensa de las frágiles ladillas. Suelen estar más
concienciados con los toros, las ballenas o la abubilla boreal, pero los
animales más cercanos se la traen al pairo. Además, en este caso con que unas
cuantas docenas se ofrecieran como voluntarias para servir de hábitat para que
las ladillas puedan crecer y reproducirse a sus anchas el problema estaría
resuelto. Pero la conciencia ecológica no va a llegar a tanto.
4 comentarios:
Bueno, comprendo que se nos esté pegando el novedoso influjo franciscano y que todos los animalitos son de Dios. Pero le diré que hubo una vez (solo una, ¿eh) en la que fui casero involuntario de esos seres, y la verdad no me quedaron ganas de hospedarlos de nuevo.
Otra cosa es que, efectivamente, donde hay pelo hay alegría. A mi también me da un poco de tristeza esta nueva moda que se está imponiendo. Menos mal que hasta para esto existe gente devota del vintage...
@ Rick:
Sí, porque ya no solo es el monte de venus, los hombres tampoco se dejan uno a la vista. Antes la virilidad era tener pelo en pecho y mear en pared, ahora ir al gym y tatuarse la rabadilla.
Discrepo intensamente.
Creo que existen especies que nadie echaría de menos, entre ellas las ladillas, los vendedores de preferentes y los que siempre tenemos razón.
Espero que Mi Santa no lea esto, pero el chichi pelao debiera de ser obligatorio, ea.
Y no voy a mentar los tersos monaguillos que gustan a otros que yo me sé.
Salud.
@ Pez Átono:
Me temo que los vendedores de preferentes, depilados o no, resistirían mejor que las cucarachas a un invierno nuclear.
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