lunes, 8 de abril de 2013

La dieta del pañuelo



La operación bikini ya está en marcha, se han abierto las hostilidades contra el michelín. Pero como suele suceder, cada uno hace la guerra por su cuenta. La dieta Dukan y su atracón de proteínas es la que está de moda; la disociada, no comas papas fritas con chuletón que engorda, es otro clásico; y después están las más bizarras como la de la alcachofa, la manzana, el perejil y demás. Olvídense de todas ellas. Si quieren quemar sus depósitos de lípidos con la máxima celeridad su dieta es la del pañuelo. Fácil, sencilla, barata y sobre todo efectiva. Consiste en comerse un pañuelo de papel cada vez que uno tiene hambre. Por lo que cuesta un paquete de kleenex tendrán en un periquete un cuerpo escultural.

Tan apañada dieta viene avalada por las máximas autoridades en la materia, ya que es la que realizan las modelos para lucir palmito y trapitos en la pasarela. Al menos es lo que dice la que fuera durante trece años directora de Vogue Australia, Kirstie Clements. Tras su salida de esta publicación, cabecera de chorlito, eco de lo vacuo, portavoz de la elegancia arrogante, ha escrito un libro sobre la fauna que se mueve alrededor de la pasarela. Lo más jugoso de esta feria de lo banal que retrata la exdirectora son las dietas espartanas a las que se someten las aspirantes a modelos.  Les exigen ser tan magras como las perchas a las que sustituyen cuando hacen el paseillo, por lo que se ven obligadas a comerse pañuelos de papel para engañar el hambre.
El mayor peligro que le vemos a esta dieta es la monotonía. Si aderezaran la celulosa con  un poquito de tinta la ingesta sería menos aburrida. Está comúnmente aceptado que dos hojas de Las Confesiones de San Agustín para desayunar  llenan para todo el día. Si te da un bajón a media tarde, cuarto y mitad de Por el camino de Swan y a tirar para adelante.
Si esta dieta les parece algo exigente, la Clements afirma que todavía las hay más cañeras. Bajo el principio de que lo que más adelgaza es lo que queda en el plato, y que lo mejor es ni acercarse por sus inmediaciones, cuenta que en un viaje de tres días con una modelo no la vio comer ni una sola vez. Suponemos que  esta fashion victim acabaría como el espíritu de la golosina, y malamente podría llevar algo más grande que una minifalda si no quería derrumbarse ante su peso.
Ahora se entiende la jeta de mala ostia que gastan las modelos en los desfiles. Es pura hambre la que tienen. Si a algún desaprensivo se le ocurriera sacar un bocata de tortilla de patatas en medio de un pase, al aroma del manjar los ataques de histeria de las modelos darían un ejemplo nada cool.
Por descontado que estas hambrunas no nos apenan nada, que sarna con gusto no pica. Esos palos de escoba a base de huesos, pellejo y silicona, por mucho que se empeñen los dictadores de la moda, no serán nunca el ideal de belleza femenina, que las mujeres de verdad no se comen los mocos, ni los pañuelos.

4 comentarios:

Rick dijo...

Justo ayer leí el asunto este de los pañuelos y lo de pasar hambre; lo segundo ya lo sabía, pero lo de los pañuelos me dejó patidifuso. Decididamente, estas muchachas están locas.

Hace años corría el chascarrillo de que todos los modistos eran gays, y que exigir a sus modelos femeninas que adelgazasen hasta el paroxismo con la excusa de caber en sus diseños era una venganza solapada. Puede ser, ya que los modelos masculinos no suelen ser tan anoréxicos. Pero en cualquier caso, esas no son mujeres.

Tiene usted razón: una mujer es otra cosa.

Chafardero dijo...

@ Rick:
lo que sí es verdad es que intentan imponer un tipo de mujer andrógina que les gustará mucho a lo gays porque a los demás nos deja fríos

Raúl dijo...

Qué gracia, iba a decir exactamente lo que has dicho, Chafardero: esos ''modelos de belleza'' estilo Auswitch se deben a que la mayoría de los modistos son gays. Es la explicación más sencilla que se me ocurre, porque no lo entiendo. Tampoco entiendo el mundo de la alta costura, pero ese es otro tema.

Chafardero dijo...

@ el fraile:
te diría que tu vida monástica te ha impedido ver los secretos de esta industria, pero hasta los más mundanos no entienden un pimiento de esos desfiles de esqueletos.