Amaneció un nuevo día y con él el caballero del Flequillo
Flojo se echó a los caminos en busca de doncellas que socorrer, menesterosos a
los que auxiliar, entuertos que enderezar, y sobre todo, dejar constancia que
los ojos de la su dama eran los más bellos de toda la cristiandad y que no
tenían par desde la pérfida Albión hasta el reino del preste Juan. Montado en
Rampante, su fiel percherón, y con Marco Parco, su leal escudero, a su diestra,
iban por una vereda que bordeaba un fresco sotillo, y tan sabrosa soledad trajo
hasta su memoria los días en que allá en la inmortal villa de Ventorrillo
pasaba las tardes bajo la reja de su amada, Brisilda de la Solana, aquella por
quien bebía los vientos, recitándole versos de su puño y letra en los que
alcanzaba a contarle todo lo que en su pecho bullía cada vez que pasar veía su
cuerpo gentil por el vano de la ventana.
Bien es sabido que cuando un enamorado saca sus penas de
amor a paseo el camino se achica por no cansar al afligido corazón. Marco
Parco, al que la víscera que más le preocupaba era su estómago, iba renegando
del magro desayuno que le dieran en la venta y de lo incierto que se presentaba
el almuerzo. En estos asuntos iban caballero y escudero cuando toparon
cerrándoles el camino dos carretas cruzadas guarnecidas con hombres de armas, a
pie y a caballo. De entre todos ellos destacaba un gentilhombre vestido de
negro, golilla inmaculada, bigote fatuo
y capa corta, que delante de las carretas había emplazado una silla y
una mesa con recado de escribanía, que
bien se diría que era un despacho ambulante lo que allí habían pergeñado.
– ¡Alto en nombre del rey! –le conminó el que a la mesa
sentado estaba.
–Así haré si es el rey el que lo pide –respondió Flequillo
Flojo.
–Decid, os lo ruego, vuestra nación y filiación –continuó el
de negro mientras los hombres armados estaban prestos a atajar cualquier falta de colaboración.
–Este que os habla es Tirso Terco, hidalgo de la noble e
invicta villa de Ventorrillo, capital del Páramo, y el que me acompaña en calidad
de escudero es Marco Parco, convecino mío.
– ¿Y a qué se debe vuestro paso por estas tierras?
–A que de un tiempo a esta parte, enamorado de Brisilda de
la Solana, dama principal de Ventorrillo, he decidido tomar los hábitos de la
andante caballería para pregonar a los cuatro vientos las gracias de mi señora,
además de ganar gloria y honra para mí.
–Como caballero andante que es, estará informado de la nueva
tasa que el rey nuestro señor ha tenido a bien imponer a todos los de su
condición –dijo el escribano mientras se atusaba las guías del bigote.
–Voto a tal que no he tenido noticia de semejante nueva,
pero quiero participarle que yo, Tirso Terco, provengo de los más nobles
linajes de Ventorrillo, y las armas de mi escudo ya hacían volver grupas a los
infieles en Covadonga, por lo que puedo decirle que estoy exento de cualquier
tributo o estanco que quiera su merced aplicarme.
2 comentarios:
Uy, qué mal pinta la cosa. Mucho me temo al final el noble hidalgo va a tener que pasar por caja o ser embargado. Y menos mal que en aquella época no había preferentes ni subordinadas contra las que estrellarse a falta de molinos.
Y tenga cuidado usted también, que ya su antecesor, don Miguel, las pasó canutas con Hacienda...
sabedor de que don Miguel acabó en prisión por culpa de hacienda, yo he procurado poner a buen recaudo todos mis millones en un paraíso fiscal, y voto a bríos que no han de dar con ellos.
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