–No estamos aquí para discutir si sus predecesores corrían
moros o cristianos, sino para acatar la voluntad real, que en este punto es muy
clara. Todo caballero andante que vagara por su reino, sea cual sea su cuna o
nación, deberá pagar un tributo para
sostener la campaña de Flandes, que va para largo, y bien sabrá lo costoso que
sale clavar una pica en aquellos andurriales.
– ¿Pero dónde se ha visto semejante atropello, tal escarnio
a la sagradas leyes de la caballería? –se incendió el del Flequillo Flojo, al
que el molinillo que coronaba su casco las aspas empezaron a girarle
enloquecidas –mezclar en el mismo odre sus pedestres cálculos mercantiles con
el oficio de paladín errante, donde las únicas cuentas son amor y honra.
–Cuando vaya acabando sus quejas me hará una relación por
menudo de los duelos que le han acontecido en el último año, las doncellas
rescatadas, agravios desagraviados y demás ocupaciones propias de su condición,
para que vayamos aplicándoles a cada una la tasa que le corresponda. Y tenga
presente que toda resistencia será vana, que como no afloje la bolsa aquí y
ahora los de la Santa Hermandad –señalando a los alguaciles que le rodeaban con
ganas de ponerles las manos encima –no han de tener ningún reparo de acabar con
sus huesos en prisión.
–Para que veas, Parco amigo, en que acaban los reyes y
príncipes, en vulgares asaltadores de caminos, que otra cosa no es ésta sino un
espolio en toda regla.
–No debería extrañar a su merced lo que vemos. Nobles y
magnates labraron su posición levantándole las alforjas al prójimo, normal que
cuando la necesidad aprieta vuelvan por sus fueros.
–Como sigan vituperando al rey nuestro señor les voy a
aplicar un correctivo que hará época en sus anales andantes –dijo tajante el
recaudador de impuestos, a la par que apremió a Tirso Terco a que hiciera
descripción de sus hazañas para establecer la correspondiente contribución.
Hízolo nuestro caballero de mala gana, y hasta podemos afirmar que contrariando
su juramento de ir siempre con la verdad por delante, algún lance se dejó en el
tintero.
Hizo el escribano sus cuentas y dieron un total de mil
maravedís que Tirso Terco tendría que pagar sí o sí si quería seguir ejerciendo
de caballero andante y no de caballero enjaulado.
–Pero nosotros no poseemos tal suma, que no somos mercaderes
ni chalanes, que nuestro oficio no reporta beneficio alguno, solo la gloria
venidera y el afán de servicio a nuestra dama.
–Pues idle a pedirle prestado a ella, que seguro que le
place auxiliar a su caballero.
–Antes la muerte que abusar de semejante manera de mi amada
Brisilda, que una cosa es que sea de natural liberal y otra que la vaya con ese
sablazo.
–Como la magnanimidad de nuestro señor no conoce fin,
también acepta contribuciones en especie.
– ¿Y de qué especie se trataría? –inquirió el del Flequillo
Flojo algo amoscado.
2 comentarios:
Tremendo. Sí, la verdad es que muy mal debía el pecunio de los señores del Reyno cuando a un pobre caballero andante le salía la declaración a pagar por un total de mil maravedís. Eso sí es expolio, y no el de los asaltantes de caminos.
Ahora, eso de pagar en especies tampoco a mí me suena bien. Veremos.
Nada decía el Amadís sobre cómo lidiar con inspectores de hacienda, así que nuestro caballero lo va a tener difícil, que esta gente de honor no sabe nada
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