–En este caso, la hacienda real se daría por satisfecha con
el rucio de su escudero.
–Óigame usted bien, fiscalizador de bienes ajenos, que mi
montura no tiene nada que ver con las hazañas de mi señor, que me lo gané con
el sudor de mi frente en muchas siegas y vendimias, y si quiere confiscar algo,
confísque los calzones de mi señor, que guardan huella de todos los lances de
honor que ha tenido, pero a mi burro ni me lo toque.
–Sea pues –dijo el de la mesa –alguaciles, metan presos a estos irredentos fiscales, y que paguen en galeras lo que no pagan aquí. –Como
viera Flequillo Flojo que los hombres de armas se les echaban encima, levantó
la mano para detenerles a la vez que conminaba a Marco.
–Amigo Parco, aquí te emplazo para que te sacrifiques por tu
señor. Bien sé que tienes en más estima a tu rucio que a tu esposa, que más
coces te ha dado ella que él, pero pasar esta mala jornada bien vale un animal que bien mirado ya está muy corrido y pronto a abandonar este mundo.
Entrégaselo a estos carroñeros y al buitre que los manda, que yo bien sabré
agradecerte tu gesto, y en cuanto la fortuna nos sople a favor, cabalgarás en
recio alazán, como corresponde a tu condición. –Viendo el escudero que los
cuadrilleros estaban prestos a cargarlos de grilletes, y ponderando que mejor
ir a pie pero ligero de carga que con todo el hierro de Vizcaya a cuestas,
cedió en las demandas de su señor y puso pie en tierra.
–Quién me mandaría, necio de mí, hacerle caso el día que me
sacó de mi bancal, donde tan a modo estaba yo criando mis calabazas, para
seguirle del páramo a la sierra y de la sierra a la llanada bajo la promesa de
que un día me sentaría en trono de oro, cuando a lo que se ve, voy a tener que
ir a pinrel en busca de tal asiento.
Una vez que los de la Santa Hermandad tomaron posesión del
tributo por actividades caballerescas y el secretario extendido la debida
cédula que acreditaba a su poseedor de estar al día para con la real hacienda,
dejaron paso franco a Flequillo Flojo y Marco Parco, que prestos pusieron
tierra de por medio no fuera a subir la
tasa mientras estuvieran cerca y se quedaran también con Rampante.
–No reniegues tanto, Parco amigo –dijo Terco cuando se
vieron lejos del afán recaudatorio de los hombres del rey –que de este mal paso
podemos sacar una gran lección. A saber, el soberano que sangra a sus súbditos
no merece sino nuestra reprobación. Porque las contribuciones son obligación de
todos, como de todos es la cosa pública, pero cuando el estipendio solo sirve
para empobrecer al pobre más si cabe y al poderoso hacerle más arbitrario y
arrogante, no queda otro remedio que ir a pedirle cuentas, y si no le salieran,
buscarse otro soberano que mire por el bien de sus súbditos.
–Muy buenas razones son ésas cuando se dicen desde el lomo
de su Rampante, pero como súbdito de a pie que soy, solo puedo decir que con el
fisco hemos topado, y que dios nos coja confesados como volvamos a caer en sus
manos.
2 comentarios:
Al final es el pobre Parco, el más bajo de la escala, quien palma. Si es que no falla: incluso en el bando de los paganos hay clases.
Seguro que muchos como él se habrán quedado en estos tiempos sin medio de transporte, aunque hoy en día sea por no poder alimentarlo. Y en todo caso, la reflexión final del caballero andante es totalmente actual.
Nada cambia, por lo visto.
El problema es lo difícil que resulta, tanto antes como ahora, cambiar de soberano, que todos están bien aferrados a sus poltronas.
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