Los servicios secretos siempre han echado
mano de todos los recursos disponibles a la hora de fisgar en casa del vecino.
Satélites espías que escudriñan hasta debajo de la última piedra donde pueda
esconderse algún proyecto de misil balístico con propulsión a perdigones de
hidrógeno, agentes dobles con buena percha para camelar a la secretaria del
ministro de defensa que celosa guarda las directrices de un ataque preventivo
que coincida con los saltos de esquí de año nuevo, o drones que pongan a algún
talibán en órbita geoestacionaria. En este negocio, como en tantos, el fin
justifica los medios. Por eso, hay estados que viven en estado de paranoia,
viendo espías por todas partes. Y las últimas sospechosas son las cigüeñas, al
menos en Egipto.
Resulta que en Hungría uno de los pocos
alicientes que ofrece la vida es el de husmear en las costumbres migratorias de
las cigüeñas, por lo que una asociación ornitológica local agarró a una de
ellas y le colocó un GPS para seguirla por esos mundos de Dios.
El ave en tránsito, a lo que parece, hizo
escala técnica en Egipto, donde rápidamente le echaron el lazo. Al ver el
aparato que cargaba, cabalmente dedujeron que los infieles la habían mandado a
espiar. No sabemos qué puede ser fiscalizado por aquellos arenales, si el
índice de refracción de los rayos solares en el colodrillo de la esfinge, la
largura de las barbas de los Hermanos Musulmanes o la cantidad de gente que
tras el trabajo se va de cañas, desoyendo las leyes del profeta. En este primer
encontronazo nuestra amiga tuvo suerte, pues tras personarse la autoridad
competente, resolvieron que la cigüeña no suponía un peligro para la seguridad
nacional y la dejaron ahuecar el ala.
Pero la historia estaba abocada a acabar
en tragedia, pues no más levantó el vuelo, la reina de los campanarios, la
entrañable cigüeña, volvió a caer presa de otro paisano. Éste no estaba
preocupado en la seguridad de la patria sino en el ruido que le hacían las
tripas, por lo que sin contemplaciones la desplumó y la metió en la olla,
acabando de guiso para toda la familia.
El idealismo de la primavera árabe ha
mudado en un pragmatismo del que no se libran ni las precursoras de la
primavera. No se sabe si también se comieron el GPS, cacharro que creemos que
gafeó a la cigüeña. Dice la tradición que las cigüeñas vienen de París. Puede
que sí, pero de donde seguro que no vuelven es de Egipto. Advertidas quedan.
2 comentarios:
A ver si va a resultar que las cigüeñas son los drones de los países subdesarrollados...
Francamente, no les auguro nada bueno: las potencias occidentales, tan paranoicas como siempre, seguro que empiezan a liquidarlas. Por no hablar del personal hambriento, claro. Mejor ser colibrí o algo parecido, de menor tamaño.
Pues sí, igual diseñan un escudo anti cigüeñas, o una estrella de la muerte para fulminarlas desde el espacio exterior, y que parezca un accidente.
Publicar un comentario