De repente
suena esa canción y todo se transforma. La gente deja todo lo que tiene entre
manos y se lanza a la pista poseída por la magia que solo algunos temas poseen
y te hacen caer en un vórtice fuera del tiempo y el espacio. Bailar es lo único
importante, mezclado entre gente que se mueven al mismo ritmo que tú, en una danza
que os hace pertenecer a todos a la misma tribu. Es un rito hipnótico bajo
láseres y neones, crees formar parte de un solo cuerpo que se mueve por toda la
pista en un momento infinito. Y de repente la ves a ella, bailando indiferente
en medio de la masa ingente. Bella, lejana, inalcanzable, quizás tonta.
Impelido por la fuerza que te da la música te acercas hasta el límite del aura
que emana y que hace que el resto de bailarines inconscientemente le hagan
corro. En ese límite exterior sacas la artillería pesada, esos pasos de baile
que en el espejo de tu casa te deslumbraban pero que en la disco pasan
desapercibidos ante tanta cadera cimbreante y pelvis supersónica. No te
importa, sabes que cuando te mire a los ojos y vea el brillo que solo los
ungidos con la energía del pop en estado puro tenéis, no tendrá más remedio que
bailar a tu lado, seguir tu coreografía,
pasos ensayados en la soledad para luego ejecutarlos en honor de la reina de la
pista.
El tema
llega a su clímax entre el delirio de los que abarrotan la pista de baile, pero
todos giran sin saberlo alrededor de la diosa de mirada enigmática, de la
auténtica superstar. Tú sigues en el borde exterior, seguro que de un momento a
otro va a reparar en ti. Y así es, tras un movimiento de cadera que encierra
los misterios de varios universos, posa sus ojos de miel en los tuyos. Ya está,
primer contacto, piensas mientras mantienes su mirada y tu cuerpo cree ejecutar
una complicada pirueta que ya quisiera Tony Manero. En el breve lapso de dos
latidos tu corazón trota hasta la Patagonia y vuelve, mientras ella sigue
mirándote, regalándote su divino tiempo.
De pronto
sus cejas oscurecen su semblante, la mirada pierde fijeza, levanta un poco la cara mientras con
otro prodigioso movimiento de sus caderas te regala su espalda y sigue bailando
indiferente a ti. Continuas en sus cercanías sin perder la esperanza, pero ya
eres historia. Termina la canción, la mayoría se dispersa, ella se pierde entre
las luces y sombras del local. Acaba la música y bajas a la realidad. Vuelves a
sostener la barra esperando que se repita otra vez el mágico momento, a ser
posible con Dancing Queen.
8 comentarios:
Interesante reflexión sobre el sueño y el deseo aunque luego tenga el envés de la realidad amarga. Ese estupendo tema de La Casa Azul ayuda a ello, lo cual no es extraño cuando se trata de ese tipo tan dotado para la música como es Guille Milkyway.
Pura historieta pop, sí señor. Esas posturas de discoteca, esas miradas, esos movimientos de leyenda juvenil, que aún nos enganchan cada vez que los recordamos...
Aunque soy poppy a muerte, tengo que reconocer que La Casa Azul me suenan un poco ñoños, pero da igual: qué bonitos son los estribillos yeyés...
Yo como hace años que no piso un baile ni una discoteca, esto me queda hasta grande.
@ Dr Krapp:
los sueños y la realidad siempre han sido un concepto muy pop, como bien sabe Milkyway.
@ Paseante:
pecan de ñoños a veces, pero sus temas tienen mas enjundia de la que parece, sin olvidar que suenan pop total.
@ Rafa:
yo tampoco muevo mucho el esqueleto ahora, pero nunca es tarde.
Muy bueno el relato aunque acabe en frustración, que es como solían acabar, pero qué más da si se han vivido momentos de gloria primero.
a U-Topia:
al final solo queda la gloria, aunque valga tan poco.
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