Miró el carrito de la compra por si se había olvidado algo: pan, leche, yogures, carne, birras... Estaba todo, se fue en busca de una caja. Era un laborable al mediodía, el centro comercial estaba tranquilo, un buen momento para una compra rápida. Encontró una caja libre con una chica que parecía la eficacia en persona. Esto iba a ser coser y cantar pensó.
— Buenas tardes, gracias en confiar en Carrekide para hacer sus compras. ¿Tiene nuestra tarjeta?
—No, no tengo.
—Le interesaría tenerla, le dará acceso a grandes ofertas, promociones exclusivas
—Gracias, no me interesa.
—Le serviremos su compra en casa, haremos una estadística de sus gastos.
—No, muchas gracias.
Diligente, comenzó a pasar los artículos por el lector de códigos. La máquina emitía un pitido por cada uno que contabiliza. La cajera, con una discreta elegancia, deslizaba los productos rampa abajo para que el cliente los recogiera. De pronto, sonó un doble pitido. Algo pasaba con los yogures naturales.
—Caballero, este pack viene con una oferta para que pueda adquirir otro de natillas de coco a mitad de precio. ¿Quiere que llame a mi compañera de sección para que le traiga uno?
—No, no me gustan las natillas.
—Pero son de coco.
—Ni de coco.
Tres productos más adelante, es el jabón de la lavadora el que pita.
—Promoción especial. Si se lleva tres cajas de detergente, paga solo dos.
— ¿Para qué quiero yo tres cajas? Me van a durar hasta el día del juicio.
—Pero le salen muy bien de precio. —La mirada helada del comprador hizo que la cajera volviera a su trasiego de productos. Ya quedaban pocos, un manojo de puerros, una bolsa de patatas y las cervezas. Vaya por dios, con las cervezas volvió el doble pitido y la diligente cajera pasó a informar.
—Esta caja de cervezas le da derecho a participar en un sorteo para un fin de semana en el pirineo francés.
—No voy al pirineo ese ni regalado. Haga el favor de cobrarme —respondió el cliente, cansado de tanta oportunidad.
Antes de dar el total, la máquina pasó un rato escupiendo vales descuento de todas clases y categorías. El cliente hizo una bola con ellos y los tiró en una de las bolsas.
— ¿Tarjeta o efectivo?
—Tarjeta.
Entregó el trozo de plástico junto con su carnet. La cajera marcó la cantidad y esperaron la respuesta del sistema. Salieron dos pequeños tíquets que el comprador firmó con la cabeza puesta en la siesta que se iba a echar al llegar a casa.
—Enhorabuena, caballero. Acaba de adquirir nuestra súper oferta especial del gabinete de tatuado.
— ¿Qué dice? Yo no he comprado nada de eso.
—Al firmar ha aceptado las condiciones de la oferta. Es una promoción especial para clientes recalcitrantes como usted. Le van a estampar un moderno tatuaje en una de sus nalgas, para que vaya a la última.
—Está loca, yo no me voy a tatuar nada, faltaría más —y metió en el carro las bolsas que le quedaban con la intención de alejarse lo antes posible de semejante chalada.
—Tranquilo, caballero, por favor. A veces la gente se pone nerviosa, pero somos profesionales, todo irá bien.
— ¡Váyase a la mierda y quédese allí! —gritó el comprador, pero en ese momento dos armarios roperos vestidos de blanco le cogieron por los sobacos y lo encaminaron suave pero firmemente hacia el gabinete de tatuado, sito entre una tienda de fundas para móviles y una franquicia de encurtidos.
— ¿Es tu primera vez? Tranquilo, no te dolerá —dijo uno de los celadores con una blanca sonrisa.
— ¡Pero bueno, déjenme en paz! —gritó el comprador mientras intentaba forcejear. Entonces le pusieron una gasa en la nariz y todo se desvaneció.
Horas después, atontado por la anestesia y con el culo dolorido, el cliente yacía en el sofá de su casa. La cabeza le daba vueltas, tenía nauseas, no había comido todavía. Tambaleando se fue al baño, se bajó los pantalones y pudo contemplar la rutilante C de Carrekide que lucía en su culo.
— ¡Joder! Tenía que haber cogido las natillas de coco.
6 comentarios:
... O tal vez debería haber pagado en efectivo...
Esta historieta tiene un peligroso tufillo a Orwell, y por desgracia cada vez es más creible. Pero en fin, tomémoslo de coña... de momento.
Fantástica entrada compañero, y muy buena. Y hay que ver, lo pesaditos que se ponen en los centros comerciales, y mientras más pasta ganan y más grandes son peor que peor. Como le grabaron el nombre al maromo en el culo. Eso me ha gustado de ¡a la mierda! pero le sirvió de poco. En uno de los centros comerciales de aquí de Valencia, en ALCampo, el otro día precisamente estaba en cola para pagar, y todavía no habías salido de la caja, ya que te encontrabas guardo la compra, y había unas señoritas, vendiéndote no sé qué historia; ahora que a mí no me comen el tarro, y enseguida les doy el esquinazo.
Saludos.
Dios mío, ojalá no te lea el tipejo ese de Mercadona. Lo que acabas de exponer con gracia y salero es lo que le gustaría hacer a este personajillo siniestro que nos venden como el epítome del nuevo empresario español y solo es un mercachifle de tres al cuarto.
Saludos
@ Paseante:
Sí, pero que te putee el mercado es peor todavía a que lo haga el estado, creo.
@ Rafa:
ándate vivo en darles el esquinazo o acabarás con una A tatuada allá donde la espalda pierde su santo nombre.
@ Dr Krapp:
Un empresario tan hacendado como el de Mercadona es más de echar sustancias adictivas a sus productos para que compremos en sus tiendas so pena de pillar un monazo del quince.
Publicar un comentario