Si
en algo estaba de acuerdo el atribulado sir Watkyn en todo lo que había oído
hasta ahora era en la posibilidad de que en el futuro no volviera a coincidir
con el primo McMahon bajo ninguna circunstancia. Por lo
demás, por mucho que intentaba hacer memoria no conseguía entender de qué
manera había caído en la insensatez de prometerse a aquella mujer de armas tomar. Verdad era que
siempre había admirado en Pomona su determinación y su marcado espíritu
artístico, además de su generosa delantera, no en vano entre los muchachos solían
hablar de Big Bingo y de su hermana Big-Big Pomona; pero todo ello le parecían
unos cimientos poco solidos sobre los que construir un compromiso formal. Pero
ciertas imágenes inconexas se revolvieron en el fondo de su mente: él de rodillas
tras un sofá sosteniendo la nívea mano de Pomona, palabras ardientes dichas con
la mano en el corazón, su mano que sin saber por qué buscaba las rotundas tetas
de Big-Big, la mano de Pomona soltándole un sonoro sopapo. Decididamente, sir Watkyn
concluyó que la situación se la había ido de las manos.
-Bien sé que siempre has andado tras de mí,
darling, y que tus visitas a nuestra casa no eran para escuchar las fantasías
filatélicas de mi hermano sino porque bebías los vientos por mí. Como dice el
clásico In vino veritas, tenía que esperar a que te emborracharas más de lo
habitual para que te me declararas. Pero una vez que has dado el primer paso,
darling, lo demás corre de mi cuenta.
La
capacidad analítica de Cheesepound estaba algo alterada por el torrente de
acontecimientos que se agolpaban en las últimas horas, pero en lo más íntimo de
su ser comprendió que de ahora en adelante su vida correría por cuenta de
Pomona.
-Visto
que te has empeñado en aguar nuestro desayuno, será mejor que quedemos esta
tarde. Supongo que apuntarías en tu agenda que hoy a las cinco presento en Garden
Galery mi nueva colección de pamelas, y por supuesto tu presencia es
inexcusable.
Como
única respuesta el gaznate de Cheesepound hizo un movimiento reflejo, tragando
toda la saliva generada por aquella irresistible invitación. Segura de sí
misma, Pomona giró sobre sus talones y abandonó la habitación sin esperar
respuesta. Kingsoup, que desde la puerta había presenciado la entrañable escena
de los recién prometidos, saludó a la señorita Twistleton con un leve movimiento de cabeza. Una vez solos, se
acercó cautamente a la cama en la que yacía su señor y le preguntó:
- ¿El cianuro lo
prefiere con té o con leche?
-Lo
dejo a su criterio.
6 comentarios:
Ahora empiezo a entender ese libidinosa atracción desbordada que sienten los masoquistas por las severas dominatrices británicas, estilo Mary Poppins pero con mala leche en vez de magia.
Saludos
¡¡Una colección de pamelas!! Comprendo que su presencia sea inexcusable, ahora lo del cianuro puede complicar un pelín las cosas...
Salud-os!!
Ah, qué desvarío tan clásico, esa obsesión por los grandes volúmenes (y vuelvo a mi comentario del principio de esta encantadora serie). Por desgracia, parece que en este caso ni siquiera llegamos al "estilo dominatriz" que anota herr doktor, sino a una vulgar colección de pamelas.
El cianuro, mejor con whisky. Irlandés, a ser posible.
Más saludos.
@ Krapp:
La mala uva hay a quien le pone, y nuestra Pomona tiene para dar y tomar.
@@ U-Topia:
Tener que dejar las francachelas con los amigos del club para asistir a semejante tostonazo es para pensarse lo del cianuro.
@ Rick:
El whisky irlandés sería la primera opción, pero visto el resacoso estado de la víctima el mayordomo se ha apiadado de él.
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