El lance en
el que Tirso Terco tuvo que aflojar la bolsa para salvar la vida ante los
funcionarios de Su Majestad dejó profunda huella en su ánimo, no solo porque
allí quedó el rucio de su escudero y amigo Marco Parco en prenda y estipendio
para que los buitres de la Hacienda real cayeran sobre él, sino porque por vez
primera percatose de que la profesión de fe de la andante caballería de poco
valía ante los desmanes de los potentados de este mundo. Por muchas doncellas
que socorriese y entuertos que enderezara, por mucho que pugnara a brazo
partido por los menesterosos, el rey y sus secuaces eran mayor peligro que el
peor contubernio de magos malandrines y ogros quebrantahuesos que se pudiera
barruntar. Cuando juró acatar las reglas de la caballería bajo la sagrada
veleta que coronaba el santuario de la Logia de Eolo, allá en su bien amado
Ventorrillo, le sostenía la fe en que ganaría honra y valía, cercenaría los
males de este mundo, y adamaría a Brisilda, señora y dueña de su voluntad. Pero
la terca realidad golpeaba con fuerza, jornada a jornada palpaba que lo que
acogotaba a hombres y mujeres de toda condición no eran hechizos o maleficios,
sino la tiranía del gobierno real. La república solo era una ramera puesta en
almoneda por Su Majestad o cualquiera de sus prohombres.
Si montado
en Rampante los pensamientos de Tirso eran más lúgubres que los de los forzados
de galeras, los de Marco, a pinrel hacía ya un buen trecho, hacían palidecer a
la misma brea. En resumiendo sus cavilaciones, se podía decir que maldecía a la
caballería andante, renegaba de caballeros aventados y ponderaba cuán mejor
hubiera sido que en la hora en que Flequillo Flojo le propuso sumarse a su loca
empresa no hubiera sentado plaza en los Tercios de Flandes o haberse pasado a
las Indias. De toda la gloria y fortuna prometida por su señor, solo veía su
pobre hacienda mermar de día en día. Ven y volverás con la toga de los cónsules
le prometió, y hasta la fecha solo somantas había recibido, prenda de poca
pompa y mucha trampa. Lo único que le traía algo de solaz era recordar los
pechos de melocotón de Brisilda, aunque luego le vino a la memoria su querido
rucio y el desdichado no pudo contener un lagrimón.
Cuando en lontananza,
difuminadas por las sombras de la tarde, vieron las desdentadas tapias de una
venta, por compasión a su apaleado escudero Flequillo Flojo decidió dejar de
lado por una vez sus ascéticas costumbres que le obligaban a yacer al raso para
poder contemplar las mismas luminarias que titilaban bajo las ventanas de su
dama, y dormir en lecho bajo techo por resarcir al bueno de Marco.
Al llegar a
la entrada de la hospedería se encontraron con varios porqueros quejándose de
la cochina vida que les había caído en suerte, pero callaron al ver a la
extraña pareja en las proximidades. Inquirió Flequillo Flojo por el dueño, y
presto salió un orondo paisano a platicar con ellos.
̶ Vea usted, señor ventero, que se halla ante unos de los más notorios
adalices que han nacido en el Páramo. Flequillo Flojo reza mi blasón, espejo de
la andante caballería, y sería un alto honor para su establecimiento que nos
acogiera en esta jornada.
El ventero,
que de caballeros no sabía mucho, pero veía por donde andaba el recién llegado,
respodiole:
̶ Me siento muy honrado de que su andante merced se llegara a mi humilde
posada, pero vea que mis cofrades habituales
̶ dijo indicando a los porqueros ̶
son más de desfacer
marranos que entuertos. Y que por mucha pompa que se dé, aquí del rey abajo no se fía a nadie.
̶ Hace bien usted en no fiarse del rey, pero nosotros solo demandamos un
lecho para que mi cansado escudero pueda reponer fuerzas. Viandas llevamos, y
con un par de jarras de vino hacemos el avío. En pago por sus servicios yo
mismo velaré toda la noche para que sus huéspedes duerman salvos de cualquier
asechanza, que bien me sé que por estos pagos hay mucho hechicero presto a
meter el miedo en el cuerpo a almas desprevenidas.
6 comentarios:
Mucho me temo que el pobre hidalgo y su sirviente van a salir trasquilados. Tal y como iban los tiempos,o como van, o como irán, nadie se fía de nadie y nadie fía a nadie. Si al menos fuesen de la muy noble y leal orden del PP madrileño...
@ Rick:
no vas errado, que siempre que andan por medio el rey o sus lacayos salen los pobres trasquilados.
Chafardero eres un gran creador de imágenes y te mueves como un gran mago en ese territorio complejo consistente en usar palabras de tono humorístico pero llenas de sentido para fabricar precisas caricaturas.
Va a ser una historia larga, que la musa te acompañe.
Salud
Pienso como Rick, Flequillo Flojo y su escudero acabarán mal. Esos porqueros deben ser de esa orden de los que mucho hablan pero poco hacen, eso sí pueden acabar zurrando a los que aprecian débiles... Veamos cómo sigue la historia.
@ Doctor Krapp:
Muchas gracias por los cumplidos, querido doctor, a ver si las musas me son propicias.
@ U-Topia:
Muchas vicisitudes les esperan a nuestros héroes, pero no todas serán malas.
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