Poco a poco
fueron los huéspedes retirándose a sus aposentos respectivos. Tras rogarle
Marco a su señor que se dejara de velas y cirios y se fuera a dormir con él,
entre un brioso corcel árabe y una acémila encontró un hueco donde yacer de sus
muchos trabajos. El ventero aconsejó al que debía guardar el sueño de su
clientela que tomara asiento en medio de la corrala interior de la venta, a
donde daban la mayor parte de las estancias, porque desde allí podría
apercibirse sin dificultad de cualquier mago tarambana, hechicero embaucador,
alma en pena del purgatorio, bestia saca mantecas o recaudador de impuestos que
se aventurara por las inmediaciones. Diole Flequillo Flojo las gracias por
tener el honor de perseverar en el cuidado de gente tan principal como allí
moraba y prometiole que mientras estuviera en guardia todos serían salvos.
Quién
hubiera tal ventura entre las sombras de la hospedería como hubo el caballero
del Flequillo Flojo la noche de autos. Con su acero desenvainado daba vueltas
al patio, oído al parche de cualquier ruido que delatara una celada de sátiros
desocupados o cativos nigromantes, que de todo podía esperarse. Al rato
presentose ante él un arriero con la misma cara que si hubiera visto al demonio
en pelota picada.
̶ ¡Flequillo Flaco, socórrame, hágame la merced! Sáqueme de este mal paso
o mis hijos quedarán huérfanos y mi mujer viuda, con las ganas que tiene.
̶ Hable presto, buen hombre. ¿Qué le aflige?
̶ El fantasma del vizcaíno, que se ha aparecido en mi habitación.
̶ ¡Nunca oí hablar de tal!
̶ Pues era un chalán vascongado, que se cuenta que el tragaldabas murió en
esta venta muchos años ha de un atracón de ajoarriero, y que en las noches más
oscuras pena cargado de cadenas por salir de aquí. Yo roncaba como un niño
chico cuando desperté y vi su calavera que hacia mí se quería venir. Huy como
pude y cerré la puerta tras de mí. La ocasión la pintan calva para un caballero
andante como vos.
̶ No tenga cuidado, que a ese fantasmón no le van a quedar ganas de vagar
a deshora desque le atice con mi tizona. ̶ Púsose el yelmo, bajose la visera, y sobre el morrión el pequeño molinillo que era su profesión de fe empezó a girar sus aspas. Al llegarse a la
alcoba que ocupaba el arriero vieron que la puerta estaba entornada y que de su
interior venía sonido como de cadenas arrastradas. Maravillose el caballero de
semejante aparato, pero si hubiera visto que dentro los compadrotes del arriero
eran los que meneaban las cadenas quizás su asombro mudara en ofuscamiento.
̶ ¡Válgame el cielo! ¡El maldito vizcaíno acabará con nosotros en el
infierno! ¡No se tarde, mi señor, que nos mata!
̶ gemía tembloroso el taimado carretero.
Flequillo
Flojo intentaba hacer memoria por saber si en los anales de la caballería
figuraba asiento alguno sobre vizcaínos aherrojados, y como caso alguno no le
venía a las mientes, concluyó que este lance sería de los que sentarían cátedra
en las aventuras caballerescas. Encomendándose a la su dama y al divino Eolo
acometió con todo por la puerta entreabierta, dispuesto a rebanar al atorrante
vizcaíno venido del otro mundo a incomodar a la gente de bien.
La fe y la
bravura del caballero hicieron que la puerta medio entreabierta cediera sin
resistencia. Pero se dio el caso que el arriero y su cuadrilla habían colocado
en lo alto de la puerta un yunque de mediano tamaño. Cuando Tirso cruzó el vano
se vino abajo el hierro, cayendo como muerto sobre el valiente, que no lo vio
venir, pero sí pudo catar su recia naturaleza. Diole el yunque en toda la
cabeza, mandándolo sin remisión a las tinieblas de la inconsciencia.
4 comentarios:
Madre mía, de ésta se le ajusta el flequillo a Flequillo Flojo.
¿No será que te quieres cargar a tan singular personaje para que no anda como loco por el mundo? Porque un yunque, es mucho yunque de dios, y de esa se recuperan pocos.
Mucha salud a prueba de yunques
Lo mismo digo: ya puede ser el yelmo de buena calidad, porque si no igual nuestro héroe acaba en el otro barrio. Mira que son brutos los lugareños...
Bueno, nuestro caballero está hecho de una pasta especial, sino no se hubiera metido a fatigar caminos y socorrer menesterosos.
En aquellos tiempos no se andaban con chiquitas, mirá en el Buscón cómo las gastaban. Y Flequillo mantendrá impasible el ademán... más o menos.
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