Cuando
volvió en sí antojósele al descalabrado caballero que el mar en pleno le
golpeaba de lleno, pero no era más que un cubo de agua que le echaron por ver
de espabilarle. Viose rodeado de los carreteros, todos con cara de asombro,
aunque alguno malamente contenía la risa. El yelmo freno puso al yunque, pero
la cabeza de Tirso era terreno abonado para dolores grandes y pequeños, además
de un ojo amoratado y el hombro agarrotado.
̶ ¡Dios os lo pague, valiente caballero!
̶ decía el arriero que había pedido auxilio a Flequillo ̶ por vuestra intercesión somos libres de ese cativo, maldito
sea el vizcaíno y toda su recua. Mirad, mirad el milagro que habéis obrado. Al
ver esa alma en pena que nada podía contra vuestra merced, el fementido se ha
convertido en duro yunque, como el hierro de su tierra, para poder escapar de
vuestra justa ira. ̶ Sus compañeros de jugarreta levantaban las manos al cielo dando gracias
y se abrazaban unos a otros diciéndose que no veían el momento de ir por
caminos y cañadas cantando los hechos gloriosos de los que habían sido
testigos.
Aturullado
por el golpe y el guirigay, Terco se dejó llevar en volandas hasta la silla de
la corrala donde tenía su puesto de guardia. Los guasones seguían besándole las
manos y dándole jocosos espaldarazos que hacían temblar la descacharrada
armadura del hidalgo. Otros huéspedes salieron al oír el jaleo y mucho se
folgaron con los hechos acaecidos. El ventero, que estaba en el secreto de la
broma, sacó jarras para festejar la transustanciación del vizcaíno, que se
hacía llamar Íñigo Handia y que ahora se andaría camino del infierno. Flequillo
Flojo no tenía claro todos los cabos del extraño lance, pues había oído de
alquimistas que convertían el plomo en oro, pero tragón en martillo pilón era
rara metamorfosis. Verdad era que los vizcaínos eran cortos en palabras y largos
en hechos, pero aquella largueza antojósele sobrevenida. Amoscose también con
la socarronería de los carreteros, que en parte supuso fruto de su áspero
oficio, pero por momentos estaba por pensar que le querían hacer comulgar con
ruedas de molino.
6 comentarios:
No aguanto a los graciosillos que están dispuestos siempre a reírse de los demás y a ridiculizarlos, así que hace bien Flequillo flojo en desconfiar.
Aún tuvo suerte nuestro héroe de que el parte de lesiones no fuese más extenso. Y bueno, por lo menos ahora podrá disfrutar de unos tragos gratis, a modo de anestesia. Pero desde luego no debería bajar la guardia, porque esos individuos son de temer.
Paréceme a mí que el autor de esta versión corregida de El Quijote aprovecha la ocasión para zaherir con cierto morbo al ridículo caballero y darle una estocada humorística a los vizcaínos.
@ U-Topia:
Por desgracia, esa gente abunda.
@ Rick:
Tal como las gastaban en aquellos días, razón tienes que el parte de daños no fuera más extenso. Los valores caballerescos están en declive
@ Doctor Krapp:
Como buen vizcaíno, hay que reírse de los compatriotas de otras épocas y dimensiones.
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