Flequillo
Flojo estaba doctorado en amores de esos de muchos dimes y diretes, floridos
versos, coplas lisonjeras, romances de amor henchidos, junto con una admiración
incondicional y sin mácula de
concupiscencia por su dama, pero nunca le habían salpicado las turbulentas
aguas del amor carnal, y menos con protagonistas como los que tenía enfrente,
así que concluyó que aquello que le daba por detrás al marqués de las Arrimadas
era un descomunal súcubo negro que estaba endemoniando al real funcionario, y
como tal era su deber socorrerle.
El esforzado
amante porfiaba con Porfirio, como solía suceder desde que se conocieron una
noche de vino y rosas en la villa y corte, cuando vio aparecer por su costado
al flacucho y decadente caballero al que todos tomaban el pelo en la taberna.
Iba con la espada en alto dispuesto a soltar un buen mandoble, pero Marcelino
Panivino, que esa era la gracia del moreno, anduvo más diligente, soltándole
una puñada en todo el rostro. Flequillo, que no había ponderado la posibilidad
de recibir un gancho de derecha por parte de un súcubo, iba sin yelmo a pecho
descubierto, por lo que tieso quedó por segunda vez en poco tiempo.
Si una
sensación de apremio fue la que experimentó Tirso al volver en sí tras el
advenimiento del vizcaíno, lo que le sacó del letargo en la segunda ocasión fue
una experiencia totalmente nueva. En un primer momento se creyó preso de algún
hechizo de los que tanto gustan en la corte del Gran Kan, luego sopesó que
hubiera perdido la protección del divino Eolo, para terminar reconociendo que
le habían trinchado como gallina en el asador. En efecto, allí estaba en el
lecho en la posición en que había encontrado al de las Arrimadas. Le habían
quitado las calzas y Panivino había metido su nada desdeñable miembro por el
ojete de Terco, que nunca en otra tal se había visto.
Ya dijimos
que Flequillo Flojo no había caído en la tentación del ayuntamiento carnal, que
ni conocía mujer, ni menos negro de dos metros, por lo que aquel lance le tenía
ciertamente incomodado. Y más cuando Panivino empezó a ir y venir con su verga
dentro de Tirso como Pedro por su casa. Diríase que todas las estrellas del
firmamento pugnaban por entrar en su trasero, tal era la magnitud que gastaba
Marcelino.
Quiso gritar
y no pudo, quiso maldecir y le faltó el resuello, quiso zafarse del abrazo de
oso que le tenía inmovilizado y fue trabajo vano. La recia estaca seguía su
trabajo de zapa dejando a Tirso en manos de la agonía. Marcelino echó otro
chorrito de aceite en el lindo culito del caballero mientras le prometía que
aquella noche cabalgarían por campos de azabache.
─Aprended de
mí, bello doncel, que ayer maravilla de las damas fui, y hoy desfallezco por el
amor viril. Dejadme gozaros, y vuestro también será el gozo. ─Esto le susurró
el negro al que veía su gozo en un negro pozo, asaetado en crudo por el
poderoso miembro de su amante ocasional, mientras el secretario, sentado a la
vera de la escena, mucho se folgaba de ésta visto lo mucho que se meneaba la
verga.
6 comentarios:
Esto se complica mucho. Marcelino Panivino por un lado, salida del armario posible por otro lado, no me extraña nada el título: "entrose donde no supo".
¡¡Que imaginación tan portentosa!!
Al paso que vamos, esto comienza a ser una curiosa alternativa a los libros de caballería tradicionales: este "crossover" con la literatura erótica es realmente novedoso, y si lo vas aproximando a los escritos del marqués de SADE estaremos ante un estilo revolucionario.
¿Un homenaje a la semana del Orgullo LGTBI o es una versión bizarra del Quijote con Rocco Sifredi como invitado especial?
Lo que está claro es que no quieres mucho a tu caballero.
A U-Topia:
Muchas gracias. Esta no es más que la versión corta de una novela que estoy tramando en honor a la literatura clásica.
A Rick:
No había caído pero tienes razón, el divino marqués sería bienvenido en la venta.
A doctor Krapp:
En esta versión no lo desarrollo pero Flequillo al fin encuentra el motivo oculto que le llevaba a vagar por caminos y cañadas
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