Tirso Terco,
buen caballero probado, ufano iba tras la gloria alcanzada en su primer envite,
donde en encuentro singular con el caballero de la Triste Figura demostrara que
su arrojo no iba a la zaga. Flequillo Flojo mucho se folgaba además de haber
puesto a los pies de Doña Brisilda las armas de Don Quijote, pues en ello vería
la dama el amor que le embargaba, aunque no sabía que también habían embargado
los cuatro cuartos de Sancho para pagar la basquiña. Por su parte, Bernal
suponía que alguna comisión le caería de aquel su primer negocio.
Días después,
sin noticia de mayor interés para nuestro relato, iban al descansado paso que
marcaba Rampante por una seca vereda que serpenteaba entre pausadas colinas,
Tirso refiriéndole a Bernal la portentosa batalla en la que Don Cataplín de
Copacabana desbarató una legión de demonios sarracenos con sola una espumadera
bendecida por San Palangano. La viveza de la historia hacía que el escudero
imaginara los demonios echando espumarajos por la boca y maldiciendo a lo más
barrido, cuando un gran ruido llego hasta ellos. Tras una loma cercana enorme
algarabía de voces se oía, trufada con juramentos de todos los tamaños y
colores. Flequillo Flojo raudo en guardia se puso, su olfato le indicaba que
cerca había entuerto que enderezar y fama que ganar.
Clavó espuelas
y Rampante aceleró su paso, pero en vez de lanzarse hacia donde las voces
rompían la tranquilidad de la estepa, se puso a dar vueltas a un algarrobo como
si de su añorada noria se tratara. Ocho vueltas ocho dio hasta que Flequillo se
hizo con las riendas y avanzó hasta posición tal que pudiera verse qué causaba
semejante tremolina. Mucho le sorprendió lo que vio.
En una
revuelta del camino estaba cruzado un carro tirado por un burro sarnoso. En el
pescante iban una joven y una vieja que acorraladas estaban por media docena de
villanos que acababan de darles alcance y que las increpaban sin freno. Ellas
se defendían de palabra y obra, repartiendo a diestro y siniestro con unas
fustas que llevaban y poniendo a sus enemigos como chupa de dómine. Ellos,
sabedores de que las mujeres estaban a su merced, se regodeaban en insultarlas
antes de ir a saco a por ellas. Flequillo que esto vio, así le dijo a Bernal:
—Nada me place
más que salvar damas en apuros, como es el caso, y poner coto a las fechorías
de desaprensivos que no saben respetar a las mujeres. No pierdas ripio, Bernal
amigo, que vamos a escribir memorable página.
—Apuradas sí
que se las ve, pero si esas son damas yo soy la espumadera de San Palangano,
que los demonios de los que su merced hablaba tienen la boca menos sucia.
Sin hacer caso
a las atinadas observaciones de su segundo, cargó con todo. Al sentirse
espoleado, Rampante tiró para delante abalanzándose contra los que asediaban el
carro. Cuando estaba ya próximo, Tirso desenvainó a Flameada, presta a impartir
justicia. En vez de meterse de hoz y coz en el cogollo de la reyerta, el
percherón comenzó a dar vueltas alrededor del carro y los villanos. Flequillo,
que en realidad era la primera vez que agarraba una espada con fines guerreros,
intentaba dar mandobles con Flameada, pero tan pesada era la vieja tizona que
daba bandazos con ella como ciego queriendo reventar una piñata. Los que
montaban la querella contra las mujeres no esperaban semejante aparición, caballero
descacharrado haciendo aspavientos a su alrededor, por lo que pronto pasaron de
dar caña a pegar la espantada, no fuera caerles alguna estocada.
4 comentarios:
Parabienes por la riqueza del lenguaje y por su cromatismo describiendo la quijotesca situación. Esperemos los siguientes acontecimientos, que nos has dejado en un albis tras tan singular batalla.
... Y además con artilugios mágicos como la espumadera esa. El tono humorístico es ideal para este tipo de historias, sin el tremendismo de la novela gótica o fantástica, tan de moda hoy en día. Se echa de menos esta relajación.
@ Doctor Krapp:
Muchas gracias, querido galeno. Creo que los lances por venir serán de tu agrado
@ Rick:
buen apunte lo del épico patatismo del género fantástico, que al final resulta risible de puro exagerado
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