La táctica
utilizada por Tirso, o más bien por Rampante, de rodear al enemigo para luego
diezmarlo, acabó dando sus frutos, porque un poco por casualidad y otro poco
por la errática trayectoria de Flameada, el caballero acertó a darle a dos de
los atacantes, que no por hábil tajo sino por mamporro recibido de plano
quedaron en el suelo tendidos, en tanto que los otros cuatro pusieron pies en
polvorosa. Las mujeres, que ya se creían emparedadas por aquellos
desaprensivos, tampoco las tenían todas consigo, que nunca habían visto
caballero con aspas de molino por montera. Cuando Flequillo Flojo consideró
desbaratado el contubernio y pudo parar a Rampante, desta suerte les fue a
hablar:
—Sean bien
halladas, hermosas damas, y dense por salvas, que mientras estén bajo la
protección del caballero del Flequillo Flojo nada han de temer de fementidos.
—De fementidos
nada, mamarrachos mamporreros, abortos de piojos y comemierdas —respondió la
vieja a la que llamaban Fuenseca, mujer vestida de negro de arriba abajo, tez
más ajada que odre de borracho y magra como hueso de aceituna. La nariz
ganchuda pugnaba por tocar las verrugas del mentón picudo como cigüeña
desmadejada, mientras sus demacrados pómulos sostenían unos ojos iracundos que
centelleaban sin cesar. La boca pequeña en apariencia era grande en
maldiciones. —¡Santa Gasa y San Apósito los confundan!
—Muchas gracias,
caballero, por socorrer a dos pobres mujeres que en este mal paso se ven por
ayudar al prójimo —dijo la joven que decían Fuensanta, zagala tostada por el
sol, pelo revuelto, mirada pizpireta y corpiño que patente dejaba sus encantos.
—Razón tiene,
que es el único oficio por el que mérito se puede ganar, y me place que en ello
se apliquen —dijo Tirso mientras bajaba del caballo.
—Pero siempre
hay bujarrones y soplapollas, como estos mastuerzos, que si no sale su merced
en nuestra defensa nos finiquitan, ¡San Cúbito y Santa Supina los despeñen al
fondo del infierno!
—¿Y cuáles son
sus menesteres para que así sean tratadas? —preguntó Flequillo.
—Aquí mi
sobrina y una servidora vamos con nuestro carro de pueblo en pueblo, de feria
en feria, cuidando de la salud de los cristianos, que Santa Arsénica bendita
mucho en cuenta nos lo tendrá, porque de este ganado solo coces se pueden
esperar.
—¿Y así las
tratan después de cuidar de ellos? —preguntó Bernal, que tras ver que los
atacantes estaban huidos o caídos y que su señor era dueño de la situación, se
había acercado al mugriento carro, donde las mujeres cargaban con varios
arcones y cestas, junto a las telas y tablas con las que montaban su tenderete.
—Siempre hay
sabandijas y pelagatos que no pagan por los remedios que reciben, además de los
baldragas que nos dan por moneda palos en el lomo, de malos pagadores líbranos
señor, ¡malditos sean sus muertos más frescos! —le respondió la vieja, todavía
irritada hasta el sofoco.
—No será que
sus remedios no remedian nada, que ya me sé yo eso de chupe usted el culo de un
caracol para quitar el moquillo, y luego sigue uno a moco tendido y con la boca
llena de babas —le dijo Bernal mientras escupía por sacudirse aquel recuerdo.
—Nosotras
curamos por la divina intercesión de todos los santos del cielo, que no hay
remedio mejor para estos baldragas que la oración, que mitiga los males del
cuerpo y el alma —le advirtió Fuenseca.
—¿Y solo por
rezar les han seguido hasta aquí estos ceporros? —preguntola Bernal.
—Porque son
unos botarates descreídos. A uno aconséjele quinientos credos para quitar un
dolor de muelas, y vino a reclamar sus dineros porque no le había aviado.
Seguro que el hereje no rezó más de trescientos. Y así con todo, una prescribe
y los pacientes a su puta bola, es que no hay manera —dijo Fuenseca
santiguándose como si hubiera visto al demonio.
—La fe mueve
montañas, pero lo de acallar dolores es harina de otro costal —le dijo
Flequillo Flojo.
—Bien lo
sabemos, que llevo toda la vida componiendo emplastos, aderezando filtros,
administrando cataplasmas y otras boticas, que la gente es de poca fe y
necesita un empujón. —Abrió un pequeño arcón lleno de frasquitos y ampollas con
líquidos de extraños colores. —Yo soy la única que conoce el secreto del
Triscatripas, remedio para que los de tránsito lento caguen a chorrillo, o el
Pontetiesa, ideal para el coitus miserere.
—Y luego estos
miserables no lo saben agradecer —dijo Bernal despectivo mirando a los dos
hombres abatidos por Flequillo Flojo y que poco a poco volvían a la vigilia.
5 comentarios:
Menudo vocabulario manejan las "indefensas" damiselas. Ya se nota que tienenmucha carretera encima; o camino vecinal, para ser más exactos. Que tenga cuidado el caballero andante, no sea que acabe saliendo trasquilado...
@ Rick:
Hay que defenderse de obra y de palabra, que la cosa está muy achuchada.
Albricias esas damas conocen remedios bien útiles para el transito intestinal y eso no es moco de pavo o baba de caracol, como prefiráis.
@ doctor Krapp:
las virtudes de la baba de caracol son conocidas desde antiguo, remedio tan socorrido como barato para mantener terso el cutis.
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