—Pero la culpa
de su mal no son estas damas —intervino Flequillo Flojo —sino su avaricia, que
si hubiera atendido más a la fama de la moza que a la bolsa de su padre, no se
vería como se ve.
—Poco arte
tienen estas remendonas, de haber hecho bien su trabajo, este hombre no se enterara de los que habían guardado cola en
el dormitorio de Marica —dijo Bernal.
—Es que era ya
la tercera vez que la zurcíamos y estaba muy dada de sí, que nosotras somos muy
industrias, pero milagros al papa de Roma —se defendió Fuenseca.
—Pues a ver
cómo zurcen mi honra, que soy el pitorreo de todo Peralejos —quejose el marido.
—Mire usted,
buen hombre —le dijo Flequillo Flojo — entiendo que se sienta usted burlado,
pero la calidad de su dama no se mide por lo virgo que sea o haya sido, sino
por su buen carácter, probidad y altura de miras. Su Marica muchos trabajos se
ha tomado para casar con usted, así que en alguna estima le tendrá. Haga vida
conyugal sin pensar en el que dirán, y verá cómo encuentra una amiga, esposa y
madre.
—¡Qué remedio
me quedará, que lo que Dios ha unido no hay cuernos que lo separe! —se lamentó
Pablo.
—Que tu Marica
se ha cosido el chocho solo por camelarte, no imagino mayor prueba de amor. —puntualizó
Bernal —Además, no presumas de cornudo, que lo que corrió antes de conocerte lo
hizo por darle gusto al cuerpo, no por fastidiarte a ti.
—Pero al menos
estas chanchulleras merecerían un escarmiento, que no somos solo nosotros, que
el resto de gente que ha huido al llegar su merced dando bandazos con la espada
también fueron timados con sus afeites y potingues.
—Pablo,
Pablito, Pablete, mientes como un botarate, que los de ese pueblo de borregos
queréis que os hagan las cosas de balde, que en llegando la hora de pagar os
achicáis todos, y luego venís diciendo que no os alivian nuestros remedios,
atajo de alfeñiques con almorranas, Santa Jeringa os reviente a todos.
—Lo que
convendría es avisar al Santo Oficio para que las emplumen a las dos —dijo
Pedro mientras se rascaba las pulgas ganadas en sus amores.
—Señores, lo
que tienen que hacer es sacar lección de lo ocurrido, que en cuestiones de
amores no sirven ni atajos ni apaños, sino ir con el corazón en la mano —zanjó
autoritario Flequillo Flojo. — Vuelvan a sus casas. Don Pedro, procúrese moza
que le quiera por lo que vale y no por lo que parezca. Don Pablo, reconcíliese
con Marica, que bien ha de recibirle, y dejen a estas damas seguir su camino.
La decisión de
Tirso no convenció a ninguno de los querellantes, pero en tanto que el
caballero tenía asida a Flameada decidieron obedecer, no fuera a caerles otro
mandoble. Farfullando y echando la vista atrás a cada rato se fueron por donde
habían venido.
—San Bocio y Santa
Celiaca intercedan por ustedes, gracias por habernos sacados de este
atolladero. No volveremos por este pueblo de mendrugos hasta que se pudran,
cuadrilla de mamarrachos —se despachó Fuenseca.
—No conviene
echar tantas pestes por muy mal que la hayan tratado en el pueblo. A estos
clientes suyos los he despachado de su lado no porque no tuvieran su parte de
razón, sino porque no acabara el litigio en escabechina —le amonestó Tirso.
—Y mucho se lo
agradezco, Don Flequillo, que no somos más que dos pobres mujeres vagando por
estos caminos de Dios sin nadie que nos ampare, que sino no se nos subirían a
la chepa tan fácil, malditos sean todos los huesos de sus podridas calaveras,
Santa Afasia los ahogue a todos —renegó la vieja.
—Jure menos y
no abuse tanto de las debilidades ajenas, que un día le van a dar un disgusto
—le aconsejó Flequillo.
6 comentarios:
Aventuro que llegada el final de la historia ya podemos entender la moraleja. Creo que la misma la firmarían las más celebradas plumas de aquella Edad de Oro del XVII incluyendo al procaz Lope, al pícaro Quevedo y al ceremonioso Calderón, desconozco lo que diría Góngora porque escribía muy raro.
Verdaderamente que son sabrosos sucesos, me gusta la falta de moralina y que las mujeres no adopten el siempre habitual papel de víctimas.
Sí, decididamente Don Flequillo es un vanguardista. Pero no de los de ahora, sino de los ecuánimes, de los que reparten para ambos bandos. Y de esos no suele haber muchos. Un santo varón, sin duda.
De todos los que citas he bebido, sobre todo del rarito de Góngora, pues la novela se abre con un verso de él y se cierra con otro
Es que estas mujeres son de armas tomar, afeites vender, emplastos administrar y brebajes aderezar, como el famoso Bulcachotas.
Abunda poco la ecuanimidad, y Flequillo, a pesar de estar grillado, da a cada uno lo que se merece.
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