—Pues haber
dicho antes de que aflojara la mosca que el filtro no haría efecto en mí. Pero
sí que lo hizo, sí. Al caer la tarde decidí acercarme a la calle donde mi amor
mora, con la faja y los calzones bien empapados de Adamamozas, por ver si Mari
Toda cambiaba de parecer al verme. Pero hete aquí que según me iba acercando a
su casa me iban siguiendo los perros que me veían pasar, y no con buenas
intenciones no, todos con el rabo tieso y con la intención de ponerme a cuatro
patas. Cuando me di cuenta tenía cien chuchos encelados detrás de mí con
intención de cubrirme. Yo quise espantarlos, pero la jauría no hacía más que
aumentar. No me quedó no otro remedio que echar a correr por darles esquinazo,
y con el apuro de la situación corrí toda la calle donde vive Mari Toda, que de
una pieza quedose al verme delante de todos los perros del pueblo aullando y
babeando detrás mío, con lo cual la poca consideración que me tenía se perdió
por culpa de las malas artes de estas malditas.
—Adamamozas es
un filtro que solo efecto hace si la mujer es de vuestras hechuras, echadle la
culpa a vuestra falta de dotes y no al filtro —intentó explicarle Fuensanta.
—¿Acaso decís
que solo sirvo para los perros, casquivana? Pasé la noche a las afueras del
pueblo subido a un árbol, con todos los perros de Peralejos jadeándome debajo.
Al fin tuve que echarles la faja y los calzones para que se olvidaran de mí.
Menuda montaron, todos ladrando y frotándose contra mis ropas, que quedaron
hechas trizas. Volví burlado y con el culo al aire a mi casa. Aún hoy cuando me
ven a mi persona se quieren arrimar y se me agarran a las piernas, que ayer
crucé toda la calle real arrastrando un galgo que me trincó. Antes todos me llamaban
Pedro Viejo, ahora por Perro Viejo me conocen, que de muy malas pulgas me
pone. Y para colmo, cuando crúzome con
Mari Toda, me mira como a chucho sarnoso.
—Al menos
podrá decir que si no folgó no fue por falta de ocasión —comentó Bernal, que a
duras penas aguantaba las carcajadas.
—Así te
trinque algún podenco y te dé por donde más duela —dijo el otro airado.
—Muchas son
las locuras que cometemos cuando andamos enamorados —intercedió Flequillo Flojo
para templar gaitas — y muchas tales en las novelas de caballería se pueden
leer, como cuando Don Farlopín de Finisterre cantó bajo el balcón de la su dama
noventa y ocho motetes seguidos, que dicen los anales que la pobre en todavía
no se ha repuesto de la impresión, y otros tales por el estilo. Pero tengo yo
por cierto que lo que en verdad enamora es nuestra disposición y catadura, y no
cosas accesorias. Si la vuestra se mostraba con vos esquiva, no hay filtro ni
afeite que lo remedie.
—¡Entonces que
estas berzotas me devuelvan el dinero! —ladró Perro Viejo.
—Devuélvenos
el filtro —dijo Fuensanta.
—Ya lo gasté,
como pueden atestiguar todos los perros de Peralejos.
—El filtro
vales sus reales hacerlo, si no lo hay vete a lamerte a otra parte.
—Amigo
enamorado —zanjó Tirso — de este caso tenemos que sacar la lección de que en
cuestiones de amores solo sirve mostrarse cual uno es y dejarse de
triquiñuelas. Vea que yo enamoré a mi Doña Brisilda al saber ella que seguiría
la secreta senda de los pocos sabios que en este mundo han sido, y no por otras
prendas. Y que si esa moza no os quiere, otra os ha de querer.
—Y si no,
siempre podéis confiaros a un buen galgo —remató Bernal.
2 comentarios:
Es que si no hay disposición ni catadura ni cartera, lo mejor es dedicarse al deporte, que también es muy sano y desahoga bastante.
También puede dedicarse a las apuestas en las carreras de galgos, me da que tiene olfato para ello.
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