Allí estaba yo, a punto de morir sin cumplir los trece.
Hacía mucho que no llegaba aire a mis
pulmones. Mi nariz y mi boca permanecían
selladas, mi cabeza empotrada contra un muro duro e inamovible, tibio y
férreo a la vez, de misterioso olor, que turgente se abalanzaba sobre mí
negándome la luz, el aire, la vida. Nada podía contra la seca y salada pared
que me asfixiaba sin remisión. Las fuerzas empezaban a abandonarme, dejaba de
luchar y aceptaba mi triste fin. Y lo que más rabia me daba no era todo lo que
dejaba y que sería para otro: el álbum
de cromos de la liga al que sólo le faltaba Iribar, los tebeos del Capitán
Trueno, la colección de mariposas y escarabajos disecados o los luchacos.
Tampoco me dolía todo lo que me quedaba por
vivir, mi futura y prometedora carrera
de astronauta o la vuelta al mundo en sidecar. Lo que en verdad me hacía rabiar
en esos momentos finales de mi corta vida es la cara que se le quedaría a Montse,
la chica tras la que andaba, cuando se enterara de las patéticas circunstancias de mi muerte. Si alguna
posibilidad me quedaba con ella, después de esto era mejor que me fuera
olvidando. Morir a manos de una mujer, morir despreciado por la mujer de tu
vida, morir sin haber conocido mujer, morir donde otros viven, esa era mi
suerte. Y todo por las malas compañías.
Era en aquella época tan apreciada por los historiadores que
luego se llamó la transición. Ya se acordarán ustedes: apertura, democracia, color
gris cemento, cargas policiales, destape, elecciones, camisas de cuellos
imposibles, pelotas de goma rebotando una y mil veces, autonomías, revistas
guarras, puedo prometer y prometo, el cipote de Archidona, cantautores
cantándole a la luna, disuélvanse o los disolvemos, rock enrollado, pelis de
Pajares, parkas, patillas y hasta Cristo
Rey. Era una época convulsa, en la que el viejo mundo se hundía mientras otro
pujaba por surgir, y que a un pre
adolescente como yo le traía perfectamente sin cuidado. Nada más hermoso que
vivir de espaldas a la historia, preocupado sólo por mi pequeño mundo, lleno de
fantasías viejas y anhelos nuevos. De un día para otro había descubierto que
las chicas tenían un poder desconocido sobre mí. Las que hasta hace poco eran
esos seres charlatanes y picajosos que con un poco de suerte sólo valían para
jugar al escondite inglés, de pronto se convirtieron en misteriosos seres de
miradas penetrantes, pechos juguetones y unas caderas que guardaban algo, no
sabía bien qué, pero allí había algo hacía lo que mi sangre toda, puesta en
pie, clamaba.
Era un deseo sin objeto claro, oscura querencia,
incomprensible atracción que no sabía cómo encauzar. Las autoridades y los
mayores estaban muy ocupados en diseñar el modelo constitucional, la democracia
participativa y demás zarandajas, por lo que tenían bastante olvidada la
educación sexual de sus futuros ciudadanos, obligados a buscarse la vida en tan
importante materia. Por eso me junté con Marcos, un repetidor que de manera
autodidacta había iniciado su formación. Con desorden y sin concierto, pero a conciencia,
que las otras asignaturas se la sudaban, me fue poniendo al día de anatomía
femenina, mecánica sexual, técnicas de aproximación, a jugar con ventaja y a
meter mano sin compasión, ayudado por un variopinto material didáctico que iba
desde revistas porno a casos sobre el terreno. Su fama de descarado y de
sobrado le aseguraba cierto éxito con las chicas, y yo me pegué a él como un
lacayo, esperando que a su rebufo algo se me quedara. Le ayudaba a robar el Lib
o el Interviú en el quiosco de la esquina, que sólo me dejaba ojear por encima.
Tenía controlada las casas de las tías buenas, a donde íbamos a ver sus bragas
colgadas en el tendedero. Los fines de semana intentábamos tocarles las tetas a
las incautas que se atrevían a ir al cine con nosotros, y cuando no había
chicas nos la cascábamos con alguna peli italiana de culos y tetas. Yo sólo lo
intentaba, pero Marcos tenía el cuajo suficiente para darle un buen repaso a
cualquier tía que se pusiera a tiro, o más bien a mano.
6 comentarios:
Vaya con el niño, con esos planteamientos no va a ligar nada (ni en la Transición) si es que sale del entuerto en el que se ha metido.
Muy bien conseguido el ambiente de la época. Y que no se queje el protagonista, porque ya tenía el Lib y el Interviu; los que somos de cuatro o cinco años antes vivimos la adolescencia bajo el imperio de Paco, y como mucho olisqueábamos muy de vez en cuando alguna revista guarra de los paises nórdicos que traían los comptriotas viajeros (y mayores). Para casi todo lo demás, pura imaginación.
@ U-Topia:
es el sino de los adolescentes, quedarse a dos velas.
@ Rick:
Desde luego, hoy que ese material está a un clic de distancia, y antaño era misión imposible muchas veces
Te has pasado a la autobiografía usando un buen registro. Me has hecho recordar aquella película de mi propia adolescencia primera "Verano del 42". No te preocupes todos los males de la adolescencia son mensurables y pasajeros como seguro habrás ido comprobando desde entonces.
@ doctor Krapp:
Aunque solo en parte, sí que hay retazos de mi adolescencia en el relato, lejano lugar ya.
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