Paco llevaba tres días tirado en el sofá. Quitando las
incursiones necesarias a la nevera a pillar birras y al baño a mearlas, había
decidido centralizar todas sus actividades frente a la tele. Allí remoloneaba
con el mando a distancia, roncaba boca abajo, se rascaba la entrepierna boca
arriba, observaba el techo detenidamente y vegetaba en el más amplio sentido de
la palabra. Más de un mes encerrado, ya lo había probado todo. Correr por el
pasillo, cursillos por internet, videochat con los colegas, aplausos en el
balcón, papiroflexia, lucha canaria y hasta cocina bengalí, pero estaba cansado
de todo. Se había refugiado en la cerveza y en viejos partidos de fútbol.
Anestesiado por esas dos drogas iba a la deriva fuera del tiempo. La maldita
epidemia le parecía una mala peli de terror. Vivía en un bucle formado por los
partidos históricos de su equipo mientras flotaba en un mar de aguas doradas, y
que el mundo se fuera a la mierda.
El timbre sonó. Parecía imposible, hacía mucho que su ruido
de chicharra electrocutada no le sobresaltaba. Paco despertó del sopor justo
cuando un delantero celebraba un gol metido hacia veinte años. Otro timbrazo se
oyó en la entrada, no lo había soñado. Se levantó desmadejado del sofá y se fue
dando tumbos pasillo adelante. No esperaba a nadie, no había encargado nada,
así que por precaución echó un vistazo por la mirilla. Era Nuria, la vecina del
tercero.
La mera visión del pibón de la escalera sirvió para sacarle
de su modorra. Sus cinco sentidos se encendieron al unísono, máxime al ver que
Nuria vestía un elegante vestido negro y llevaba en la mano una botella de
vino. Estaba claro que el confinamiento había minado sus hábitos de monja y
subía pidiendo guerra. Y él con pintas de haber salido de un campo de
concentración. A la carrera se quitó el pijama con el que llevaba dos semanas,
se puso un niqui no muy arrugado, unos vaqueros y se peinó como pudo.
−Hola, Nuria −saludó con la mejor de sus sonrisas al abrir
la puerta.
−Hola, Paco. Estaba en casa muy aburrida y he pensado en
hacerte una visita, a ver cómo estás −dijo con naturalidad.
−Bueno, tirando, ya sabes, esto se hace muy duro −dijo
mientras dejaba caer discretamente la mirada por el abierto escote de Nuria.
−Te entiendo. Yo lo que peor llevo es la monotonía. Por eso
he pensado saltarme por un día la maldita distancia social. Te invito a un
Ribera del Duero −dijo mostrándole la botella con una sonrisa que presagiaba
otras invitaciones.
−Por supuesto. Pasa, pasa −viva la cuarentena, el
coronavirus y toda su procesión de muertos que han hecho posible que este
bellezón repare en mí pensaba Paco. Se imaginaba lo que estaba sucediendo a
todo color en una gran pantalla, y sus colegas sentados en las butacas babeando
de envidia. Estaba embelesado mirándola, sus ojos azules enmarcados en su negra
melena que tanta veces se mostraran esquivos con él hoy lo miraban con
inusitada atención. Cuando le franqueó el pasó le dijo:
−Muchas gracias. He pensado en llamar también a más gente
para darle un poco de vidilla al asunto −y la morena se apartó para presentar
al que subía por la escalera. Era Ramón, el segurata barrigón del segundo.
− ¡Qué pasa, campeón! ¡Cómo te lo montas! −le soltó el
agente, que de paisano vestía una camiseta de la academia de zumba de su cuñado
y chanclas a juego. Paco quiso decir algo, pues el solo quería la intimidad de
Nuria, pero el sabueso ya estaba en la cocina abriendo una lata de aceitunas.
− ¡Qué pelos, qué pelos! −dijo Alberto, su peluquero, el
siguiente en hacer acto de presencia −Te advierto que hasta noviembre no te
puedo dar hora, pero una intervención de urgencia se puede negociar. −Esta vez sí
le dio tiempo a Paco a musitar un no hace falta que de nada sirvió. Con
profesionalidad Alberto le hizo unos aspavientos con la mano por la cabeza, le
enderezó el endiablado flequillo y se coló por la puerta. Nuria, encantada con
su poder de convocatoria, le presentó a la siguiente invitada.
−Marisa, la cajera del super, nuestra heroína.
−Hola, guapetón −dijo la rubia platino deslumbrante que le
hacía ojitos detrás de la mampara de metacrilato en la caja número tres −hace
tiempo que no te pasas a por tus cervecitas. Además −dijo en tono confidencial
mientras se acercaba a Paco y se embriagaba con su sudor −ha llegado una
partida de desatascador para cañerías que vale también como desinfectante. Si
quieres te guardo, guapetón. −El supuesto anfitrión no se dejó llevar por la
tentadora y aséptica propuesta. De hecho, se estaba poniendo incómodo, tampoco tenía
tanta confianza con Nuria como para que le llenara la casa con toda aquella
fauna. Iba a recriminárselo cuando vio llegar a la siguiente invitada y ya no
supo qué pensar.
4 comentarios:
Da mucho miedo. Creo que la peña no se ha dado cuenta todavía de que después de la epidemia no se podrá ligar sin hacerse antes un seguro de vida. Menuda coña parece ahora lo del SIDA.
¡¡Uy!! quién será esa nueva invitado. La Nuria se lo ha montado de miedo... y todo con una botella de vino, una reinona, la mujer.
@ doctor Krapp:
pues la segunda entrega dará más miedo me temo
@ U-Topia:
Una buena botella abre casi cualquier puerta
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