−Quiero agradecerle en nombre de mi partido la invitación a esta
reunión, es importante para nosotros chequear el sentir de la España real −le
espetó Cayetana Álvarez de Toledo, que miraba a derecha e izquierda como
buscando las cámaras de televisión. −Ciudadanos como usted son la mejor vacuna
contra las aventuras chavistas de los progres trasnochados que nos gobiernan.
−Le dio un melifluo apretón de manos y se fue para adentro. Paco miró incrédulo
hacia Nuria.
−Insistió en venir −se disculpó Nuria, que ya estaba dando
paso al siguiente de la lista, un tipo de mundo que subía a paso firme las
escaleras.
− ¡Cuánto tiempo, cabronazo! −saludó campechano Pérez
Reverte, botella de güisqui de veinte años bajo el brazo, expendiendo
testosterona a los cuatro vientos. −Esta botella es un imán para las gachís.
Cuando la acabemos echamos unos tiros por la ventana, eso se la levanta a un
muerto −abrió el tres cuartos que vestía y le mostró la recortada que llevaba
debajo. Le hizo un guiño cómplice, le metió una palmada de machote en la
espalda y se fue a buscar hielo.
No había asimilado lo de tener un escritor armado y
peligroso por casa cuando vio que se acercaba otro de peor ralea. Con gestos estudiados,
observó morosamente el escenario y se acercó a Paco lento y ceremonioso, como
los que controlan el devenir de los acontecimientos a su antojo.
−Muchacho, gracias por recibir a la familia −susurró don
Vito Corleone, vestido de etiqueta, pulcro y elegante. Le dio un contenido
abrazo mientras le decía al oído −no estás al corrientes con tus pagos,
muchacho. Pero tranquilo, ya hablaremos en otro momento −y le propinó dos
palmaditas en la mejilla que sonaron como palas abriendo hoyos en el cementerio.
El aludido apenas pestañeo para asentir, no fuera a incomodarse el boss.
Paco se decidió a poner coto a aquel desmadre, pero el
último invitado hizo que la sangre se le helara en las venas. Aun así, Nuria lo
presentó llena de orgullo.
−En una fiesta que se precie no puede faltar un Predator, le
da un toque cosmopolita al sarao. −Se veía que la bestia alienígena no estaba a
gusto en el descansillo, acostumbrada a peinar la galaxia al límite sub luz en
busca de razas que exterminar. Con la armadura de combate puesta, un cañón
montado sobre el hombro y los sensores de su casco barriendo todo el espectro
visible, parecía más dispuesto a derribar la puerta de Tannhäuser que a tomarse
un vino con unos cacahuetes. Emitió un grito que sonó como la carne calcinada
por rayos de plasma. Era un saludo más o menos cordial, pero Paco casi pierde
el control de sus esfínteres. Se hizo a un lado para que pasara el rey de la
fiesta, cuestión nada fácil dada su envergadura. Al final el Predator halló la
forma de cruzar el umbral sin tirar el marco de la puerta. Paco le quedó
agradecido.
− ¿Te gusta la fiesta que he montado? −preguntó Nuria
mientras se acercaba a Paco con mirada traviesa.
−Había pensado en algo más íntimo, la verdad −respondió
mientras se recuperaba del susto de verse a la sombra de un depredador cósmico.
−Cuando quieras nos podemos perder un rato tú y yo −dijo
cogiéndole del niqui arrugado. Paco se pegó a ella con la vista fija en el
glorioso canalillo y la tomó por la cintura. Al posar sus manos sintió la
iluminación que reciben los místicos, creyó abarcar el universo entero con sus
manos. Ella lo miraba inquisitiva a los ojos, luego a la boca. El bajó las
manos por la cintura mientras se recreaba en la sonrisa de la bella morena, sus
labios finos abocetaban las fronteras del deseo. Con sus bocas a punto de
encontrarse un aroma a chicle de clorofila lo sorprendió y le trajo remotos recuerdos,
a bosque en sombra, a hierba empapada por la lluvia, a viento travieso dándole
en la cara. Se demoraron en esos últimos centímetros, Paco tan cerca de su rojo
objetivo, deseando que la cuarentena durara cuarenta años para poder seguir a
la vera de Nuria.
Al primer contacto los deseados labios le parecieron secos,
pero su codicia le hizo superar tales menudencias. Goloso sorbió el fruto del
deseo. Nuria entreabrió los labios y su lengua juguetona se encontró con la de
Paco, momento en el que descubrió el íntimo sabor de aquel ser esquivo.
Abrazado a una de las mujeres más bellas de la galaxia y bebiendo de la fuente
de todos los placeres que era su boca, Paco brillaba como una supernova en
mitad del infinito. Pero algo le sacó bruscamente del oasis de la felicidad. Un
rumor que estalló en un rugido ensordecedor rompió aquel momento único.
− ¡Gol, gooooooooool, gol gol gol de Romario! ¡Lo ha vuelto
a hacer, Romario rompe el partido! ¡Golazo del crack brasileño! ¡Qué partido, pasará
a los anales! ¡Impresionante Romario! ¡Te queremos Romario!
Paco abrió los ojos asustado por los berridos del locutor.
Nuria había desaparecido de su horizonte cercano y se veía en la tele un montón
de jugadores magreándose sobre el césped, en una bacanal de colores chillones,
sudor y gomina. Las manos de Paco, que suponía abrazando la cintura perfecta de
Nuria, en realidad palpaban tontamente el cojín de pana recuerdo de Cuenca que
le trajera su madre. Lo tiró sin contemplaciones, se giró para buscar el mando
y acallar el griterío que salía de la tele, con tan mala suerte que se cayó del
sofá. El suelo estaba sembrado de latas vacías de cerveza, que se clavaron
inclementes en su costado, dándole un crudo recibimiento al mundo real.
− ¡Maldito Romario! −se quejó.
2 comentarios:
Esos son las putas pesadillas del coronavirus. No hay otra. Lo que me extraña es que pongan partidos de fútbol en esto días presupongo que los habrán sacado de alguna lata de conservas de hitos de la antigüedad reciente
No desciendo a las cloacas de los canales deportivos, pero ahora que no tienen eventos frescos digo yo que tirarán de archivo
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