Un alma y una piel sensible como la de Laura debía quedar en
la sección de parafarmacia y cosmética. Mientras esperaba echó un vistazo a los
serum, necesitaba con urgencia un revitalizador que diera luz a su cara,
apagada por culpa de la cuarentena. Andrés circunvaló los lineales donde se
escondía el secreto de la eterna juventud hasta que descubrió a la rubia con la
mascarilla azul. Se paró a unos metros de ella, justo al lado de los
microenemas, con un nudo en el estómago. Laura respiró aliviada, no era un
engaño, el tipo de mascarilla verde quirófano con niqui a juego era como en las
fotos de Badoo. La distancia de seguridad no ayudaba a romper el hielo, el ir
enmascarados obligaba a concentrarse en las miradas. Laura tenía una risa cristalina
y movimientos suaves. Andrés era alto, tímido y se manejaba con elegante
desgarbo. La encargada de sección empezó a mirarlos ostensiblemente, así que se
pusieron en movimiento como otros clientes cualesquiera. Cruzaron la
pescadería, donde el fuerte olor de la merluza que en tiempos fuera fresca
recordaba a los cuerpos encerrados días y días en un chándal. Poco mejoró el
ambiente en la carnicería, allí Andrés le habló de su compromiso vegetariano y del
infierno vivido por los seres convertidos en filetes envasados al vacío que
yacían en los grandes sarcófagos frigoríficos. Laura le volvió a hablar de su
gata Chundarata, única compañía en la soledad de su casa. Cuando enfilaron el
pasillo de los congelados casi sin querer se arrimaron un poco para combatir el
extremo microclima. En la frutería fue donde palparon que la afinidad que
habían sentido chateando fluía natural entre patatas y pimientos. El discreto
Andrés parecía un lozano manojo de acelgas, la dulce Laura una mandarina en
sazón. Pero volvieron las actitudes inquisitoriales, una reponedora recriminó
con la mirada las cestas vacías de la pareja. Sin pensárselo mucho, Andrés cogió
una mustia lechuga y unas espinacas esmirriadas. Ella deseó que esos
comportamientos irreflexivos no fueran más que arrebatos verduleros, aunque
pudieran ser también los nervios de la primera cita. Casi sin darse cuenta se dejaron
llevar entre góndolas y mostradores con la complicidad de los que viven al
margen de la ley. Laura le confesó su debilidad por los bocadillos de Nutella
con chorizo y le hizo jurar que se llevaría su secreto a la tumba. Así llegaron
hasta las baldas atestadas de lejías, jabones, desinfectantes, geles y demás
representantes de la nueva normalidad que había llegado para quedarse, embotando
los sentidos, asustando los cuerpos. Andrés, en cambio, estaba muy excitado, la
bella Laura lo tenía fascinado. En un arranque de pasión la tomó por el codo
para que girara hacia la sección de bebidas, en ese momento vacía. Era una
locura, pero tenía que hacerlo, no podía resistir más. Le dijo en un susurro:
−Quítatela.
Laura no esperaba tan osada propuesta y no supo responder,
pero él insistió con un deseo inquieto que terminó contagiándola. Comprobó que
estaban al abrigo de miradas indiscretas y con cuidado se bajó la mascarilla,
mostrando al desnudo sus labios, carnosos como la pulpa de la pasión. Eran los
mismos que viera Andrés en tantas fotos de Instagram, pero el poder
contemplarlos en vivo entre un palé de Casera cero calorías y una torre de
Redbull sugarfree fue como si el universo entero se convirtiera en burbujeantes
chiribitas sin azúcares añadidos. Andrés estaba desnudando su cara cuando el
segurata, con ese instinto que tienen los aguafiestas, intervino autoritario y
paró el impúdico espectáculo. Les bastó una fugaz mirada para ponerse de
acuerdo. Soltaron sus cestas y echaron a correr en dirección a la sección de
aperitivos, donde no tuvieron tiempo de probar las nuevas patatas fritas sabor
a patatas o los torreznos que decían saber a torreznos. Enfilaron la salida,
desbaratando la cola de recelosos clientes que se mantenían tiesos y vigilantes
ante una posible invasión de microcuerpos. No dejaron de correr hasta cien
metros más allá del hipermercado, al comprobar que el segurata se había quedado
en la puerta mirándolos. Ellos se dieron la vuelta, se cogieron de la mano y se
fueron calle abajo.
8 comentarios:
Un mundo lleno de posibilidades en la "nueva normalidad"...
Volvemos a los códigos del abanico y el pestañeo. Será ésto lo del nuevo paradigma?
Los contactos vuelven a la clandestinidad. Je je
Hacia la conquista de un nuevo erotismo,lo cual nos hace recordar que hace poca más de 100 años atrás antes de Coco Chanel el streaptease era enseñar algo más que un tobillo.
Me encantó tu ficción. Chapeau.
@ U-Topia:
Sí, solo hay que saber aprovecharlas.
@ Sayri:
pues yo lo tendré mal, que soy un torpe con el abanico.
@ Desconocida:
Un poco de misterio siempre viene bien, querida desconocida.
@ doctor Krapp:
Vuelven los días de recato, no todo será libertinaje.
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