lunes, 14 de febrero de 2022

El caso Gerión (II)


 

Bien, escúcheme. Soy un hombre de campo. Desde niño me sentí fascinado por los toros. Descalzo, con una manta vieja, di mis primeros pases en la profundidad de la dehesa y entendí que mi vida estaría ligada para siempre a esos animales tan hermosos. Luché mucho para llegar arriba. Sudé sangre, pero me hice figura sin perderle ni el miedo ni el respeto al toro, porque en la plaza es lo único importante. Yo solo era un instrumento, aquel que descubría el velo para contemplar la indómita belleza de ese animal que en el celo y el empuje de un muletazo nos olvida de nosotros mismos. El toro es la encarnación de la naturaleza, a la que nosotros llevamos tanto tiempo dándole la espalda. El toreo es el único rito antiguo que nos queda, un sacrificio pagano en el que rendimos tributo a las fuerzas de la naturaleza que nos alimentan, que nos unen a la madre tierra. Y yo que pensaba que era una forma de sacarse un dinero extra con la reventa los días de feria, pensé para mí, claro, que ahora que el hombre se había arrancado no le iba a parar.

Mis faenas eran como estas paredes. Desnudas. Cuando en un natural se puede insinuar toda la profundidad y fugacidad de la vida, no hace falta más. Crear arte en el filo de la vida y la muerte, ese es el fin. No se necesita más. Ni adornos ni aspavientos. Pero hay otros que no piensan igual.

Como El Guindi.

Como Esteban González, el Guindi. Otro desertor del arado dispuesto a lo que fuera por triunfar. Cuando yo llegué a la cima a finales de los sesenta él empezaba a despuntar. Era atrevido, temerario, poco ortodoxo. El público jaleaba sus desplantes, sus saltitos adelante y atrás. No era un torero, era un payaso. Pero en aquel entonces el país empezaba a cambiar, y como siempre para peor. La gente no pisaba tierra sino asfalto, y en verano arena de la playa. Nos modernizamos y dejamos de ser lo que fuimos. Las plazas se llenaron de turistas, de domingueros e ignorantes que se creían que estaban en el fútbol. Y los toreros, quitando unos pocos, se acomodaron a ese público ramplón. Se vendieron. Y a la cabeza el Guindi, que siempre vio en esto un negocio.

¿Pero qué tiene que ver lo que me cuenta con el toro que le han birlado?

Todo, escuche. Nunca dije una palabra, ni buena ni mala, sobre él en mis quince temporadas en activo. Él tampoco. Pero todos sabían que éramos enemigos irreconciliables. Nuestra visión de la fiesta era totalmente distinta. Nunca accedí a hacer el paseíllo con él. Nunca me avine a tratarle. Me negué en redondo a matar ciertas ganaderías que consideraba de su cuerda. Una vez despedí a un mozo de espadas solo porque se fue de picos pardos con uno de su cuadrilla. Se formaron dos bandos en las gradas, aunque él siempre tuvo más público de su parte, y a mí solo me defendían los que creían en la dignidad de la fiesta.

¿Y él qué pensaba de usted?

Parecido. Yo era uno de esos anticuados, puristas nos llamaban, que torean de espaldas al tendido. Mi toreo no tenía fuegos de artificio ni me frotaba la taleguilla contra los cuernos. El nuevo público se aburría conmigo, y los entendidos cada vez eran menos, o se pasaban a la chacota que vendían el Guindi y sus amigos.

Me quiere decir que toreaba por amor al arte.

En la profesión de investigador no se dará mucho, pero en la mía sí. Además, el arte no está reñido con el dinero. Yo hice mucho. Pero el Guindi hizo más. Con el tiempo se pasó a empresario en un puñado de plazas por el sur donde van los guiris a sudar la sangría. Luego metió el morro en alguna de primera, y también compró ganado. Y comenzaron mis problemas.

Supongo que no toreó mucho en sus plazas.

Ni en las otras. Empezó a repartir sobres entre los críticos para que fueran a por mí. En la plaza pagaba a la chusma para que me pitaran. En el mundillo, la gente me fue retirando el saludo, y luego, poco a poco, dejaron de llamarme.

Y todo por su culpa.

Quién si no. La envidia le corroía. Sabía que era mucho mejor que él y que en la plaza yo poseía la verdad. Pero me segó la hierba bajo los pies. Sus tentáculos llegaban a todas partes y me asfixiaban. Tuve que dejarlo. Soy de pocas palabras y luzco poco en sociedad. Él es dicharachero y amable. El antipático tuvo que dejar paso al nuevo astro de la fiesta, saltimbanqui en la arena, luego muñidor de chanchullos y pelotazos.

Y se dedicó a la cría de toros.

A qué si no. Me hice con esta ganadería de segunda con la que surto de género a las ferias de los alrededores. No puedo aspirar a más porque el imperio del Guindi no me deja. Pero tenía otra idea cuando monté el negocio.

Devolverle el golpe al Guindi.

8 comentarios:

Rodión dijo...

...'sabía que en la plaza yo poseía la verdad'... Qué buena frase. He tenido oportunidad (porque en su día me invitaron) a ver un par de corridas en Vista Alegre de Bilbao y la Maestranza de Sevilla y siempre me ha parecido un mundo muy atrayente para la literatura, como el boxeo. Es una cultura atávica condenada a desaparecer.

A través de la biografía escrita por de Chaves Nogales, ya Belmonte, en los años treinta, criticaba la tauromaquia ''moderna'' (¿qué diría Belmonte de la actual?) porque el espectáculo facilón se había comido a la vieja tragedia: los toreros de antes, decía Belmonte, se jugaban de verdad la vida; los toros de antes eran broncos, no estaban tan trabajados cuando salían al ruedo. También es cierto que si nos remontamos todavía más atrás de los códigos de la tauromaquia creados en el XIX, a la época de Goya, nos encontraríamos con un espectáculo caótico y sangriento. En fin, que esta rivalidad entre Curro y el Guindi me recuerda un poco a Belmonte y el Gallo. A la época, anterior a tu relato, en la que había toreros surgidos desde abajo ('los toreritos anarquistas', los llamaban), frente a otros surgidos de grandes dinastías del toreo, sobre todo familias de señoritos andaluces.

Rick dijo...

Sí, la tauromaquia y el boxeo son dos temas muy lucidos para la literatura, o el cine, o la pintura, y ojalá lo fuesen solamente para ese tipo de artes a día de hoy, como una parte más de la mitología. En pleno siglo XXI son dos "actividades" que no entiendo, como nunca he entendido esa mentalidad de qué bonito es el toro, y el respeto, y esas consideraciones, y luego voy y lo mato. En fin, ya irá cayendo por su propio peso: esa conversión del toreo "valiente" de hace un siglo en la feria de vanidades que es ahora ayuda mucho.

Y en cuanto a la enemistad entre uno y otro personaje, es un argumento dramático clásico en muchos órdenes de la vida: los figurines son los que se llevan la pasta y al gran público. Como en el pop. Tal vez el toreo actual también sea pop.

Doctor Krapp dijo...

El Guindi es semejante a Manuel Benítez El Cordobés enfrentado a la vieja escuela. El Cordobés, el torero yeye, al que comparaban con Los Beatles y que mereció un libro de dos bestselleros de moda Dominique Lapierre y Larry Collins titulado "O llevarás luto por mí".

Aceptada la bella mitología que ha generado la tauromaquia, podemos ya olvidarla y dedicarnos a actividades menos sangrientas porque no veo a un viejo verdugo añorando el corte de cabeza con hacha en tiempos de instauración de esa modernez llamada guillotina.

U-topia dijo...

En mi casa hubo mucha afición a los toros, tuve un tío torero incluso. Me llevaron a corridas de toros siendo una niña... y ahí se quedó todo. No he heredado ese gusto por los toros, tampoco soy antitaurina.
Ese enfrentamiento entre toreros clásicos y toreros renovadores me parece que se ha dado siempre (como en otras áreas de la vida), pero no soy ducha en la materia.

Chafardero dijo...

@ Rodión:
Tienes razón, es un sector que se presta a hacer literatura con él. Aquí trabajo con esa división entre puristas y comerciales que se ha dado en todas las épocas del toreo.

Chafardero dijo...

@ doctor Krapp:
esa es la tragedia de la tauromaquia, que es de otra época y se niegan a verlo.

Chafardero dijo...

@ Rick:
No veo muy pop el toreo, quizás folclórico. Y plásticamente si que es muy agradecido, las veces que he estado en una corrida visualmente es de gran belleza.

Chafardero dijo...

@ U-Topia:
Sí, el enfrentamiento entre diversas maneras de entender un arte siempre ha existido, pero el ego de los toreros lleva la rivalidad a otro nivel.