Como ven ustedes, más que a partir un piñón, a partirse los piños estaban las relaciones entre Sexto Parco y Próspero Póstumo. Éste le había puesto como objetivo de su campaña de rearme moral, y el vinatero bujarrón no se explicaba por qué se había empecinado en perseguirle, a no ser por la envidia de un advenedizo ante la sangre noble que corría por sus venas. Pomponio, por su parte, utilizando su viejo sistema del plagio descarado, esta vez del Miles Gloriosus de Plauto (de copiar, hacerlo a lo grande) había terminado en una semana el encargo y entregado la obra a Sexto. Como sospechaba, el noble ni se molestó en ojear el texto, dándose por satisfecho al tener un libreto con el que librarse de las broncas del gobernante. Se limitó a preguntar por el argumento, a lo que Pomponio dijo que era una obra donde se hacía una encendida defensa de institución matrimonial y de la familia romana, con lo que Sexto quedó conforme. Esto mismo le trasladó a Próspero, que le insistió en que la pieza debía tener un carácter didáctico y moralizante, y que se cuidara bien de poner sus libertinas costumbres en escena. Sexto perjuró que nada de esto sucedería, que lo último que esperaba el confiado noble era que el orgullo artístico de Pomponio pudiera más que su sentido común.
Una vez que ya tenían obra, se iniciaron los preparativos para las fiestas con que iba a ser inaugurado el nuevo teatro. Realmente, aún no estaba terminado, faltaban parte de las arcadas del frente escénico que cerraba la escena por detrás, pero las ansias del gobernador por comenzar su mandato con un golpe de efecto hicieron que se colocaran unos grandes cortinones en las zonas inacabadas para salir del paso. Aunque Próspero prometió que correría con todos los gastos de la fiesta inaugural, él personalmente se encargó de convencer a los más ricos de la villa para que hicieran generosas aportaciones. Sexto también tuvo que aflojar la bolsa, encima que ponía la comedia todavía le tocaba pagar. Con lo recaudado dio para pagar los gastos y todavía le quedó una buena parte destinada a sanear las cuentas del gobernador.
El día señalado con gran tino como fasto o propicio por los sacerdotes, se inició la celebración con una gran procesión desde el foro al templo de Júpiter Amón y luego al teatro. Abrían el cortejo los estirados sacerdotes de cerúlea tez y oliendo a incienso viejo, el gobernador, decuriones, senadores y jefes militares, cerrando el pueblo llano. Después de darle matarile a un buey a las puertas del templo para ganarse el favor de los dioses y haber interpretado las vísceras, que auguraban un largo porvenir al teatro y a su impulsor, fueron todos a ocupar su localidad.
Aunque la comedia atribuida a Sexto e interpretada por Pomponio y su compañía eran el plato fuerte, antes hubo actuaciones de mimos, saltimbanquis y recitadores. La orquesta del teatro, reservada a las autoridades, con Próspero y su mujer en primera fila y Sexto y la suya al lado, estaba engalanada de guirnaldas. Las gradas bajas aparecían repletas de militares, caballeros y ciudadanos romanos, y las superiores por libertos, colonos, mujeres y esclavos. Todos estaban soliviantados contra el gobernador, al que recibieron con murmullos de desaprobación, pues la gente ya empezaba a estar cansada de su rectitud moral y de tanto meterle mano a sus bolsillos. Además Decio Tranquilo, ya recuperado del susto de la noche del banquete, junto a Cómodo, un primo suyo, receloso del éxito literario de su enemigo Sexto, había llevado un grupo de partidarios con el fin de reventar la función. Los tendidos altos y medios estaban llenos de gente con ganas de pasar factura tanto al autor como al promotor, mientras Pomponio lucía radiante en el magnífico escenario ante el que iba a actuar. Hizo oídos sordos a los consejos de Turbo Multo y los demás, que le pedían recortar los fragmentos más comprometedores, no fueran a acabar el día en prisión. Pomponio se negó en redondo, en parte convencido de que las críticas de la obra no eran para tanto y pensando que Próspero no se desprestigiaría atacando a la compañía que solo era portavoz de una obra escrita por Sexto. Quinto fue contratado para cantar varias de sus canciones, las menos procaces, antes de que empezara la obra. Luego, junto a otros músicos tocaría varias piezas durante la obra, por lo que permaneció tras los cortinajes la mayor parte de la representación.
Después de mimos y saltimbanquis, de las canciones de Quinto, aplaudidas a rabiar por las mujeres que ocupaban los altos graderíos y pitadas por los partidarios de Cómodo y Tranquilo, dio comienzo la representación. En ese momento, una repentina jaqueca indispuso a Julia, que con permiso de su marido se retiró a los aposentos tras el escenario a descansar un poco.
Todo soldado es un amante era el título de la obra, y en ella Próculo Porcíno, militar cojitranco, con el pellejo curtido en el humo de mil batallas, aunque solo se le hubiera visto en las cercanías y nunca en el meollo de ninguna, avaro y adinerado, había casado con una jovencita, Actimelia, que ni le quería ni le aguantaba. Con la ayuda de Protopito, esclavo de Próculo, ésta engañaba a su viejo marido con Yogurino, apuesto vecino de éstos y antiguo amante de Actimelia. Próculo Porcíno, engreído y ciego de todo lo que ocurría a sus espaldas, gastaba verbo florido y frases ampulosas, de las que ponen en trance de salir huyendo a los interlocutores.
Próculo Porcíno: ─ Vienen a mi memoria, servil Protopito, los días en que Próculo Porcíno luchó en Britania contra Artajerjes. Cuando rompió su espada tras haber machacado más de mil cráneos enemigos, empuñó una lanza con la que ensartó decenas, aún diría más, centenares de adversarios, y cuando quedó inservible, armado con un plumero que allí mismo encontró, él solo puso en fuga al ejército enemigo.
Protopito: ─Desde luego, es comprensible que el enemigo huyera en cuanto le vio el plumero.
Próculo Porcíno: ─Tienes razón, y aún diré más, que desde aquella los persas quitan el polvo con telas o bayetas, que la sola contemplación de los plumeros los aterroriza.
Protopito: ─A mí la hazaña que más me maravilla de usted es cuando le dio su merecido al mismísimo Hércules, (en un aparte) ─que mira que es viejo el condenado, pero nunca le hubiera echado de la quinta de Hércules─.
Próculo Porcíno: ─Pues sí, lo que pasa es que es episodio poco conocido por la mucha envidia que hay, que hace que no se sepan de estos grandes hechos de armas. Estando Próculo Porcíno un día a las afueras de Gades se encontró con que el mismo Hércules había entrado a un bancal de melones con el fin de robarlos y hacerle un collar a una morena de Malaka por la que bebía los vientos. Pero Próculo le dijo que con los melones tendría que pasar por encima de su cadáver, y después de un combate que duró de sol a sol, se fue con las manos vacías, y al final se tuvo que conformar con regalarle una gargantilla de higos chumbos.
Protopito: ─Desde luego que ese hombre sí que sabía contentar a las mujeres. Pero estos lances hay que recogerlos en poemas épicos que hagan justicia a su valor y queden por los siglos. Después de La Ilíada y La Odisea, La Melonada, aunque La Porculada, perdón, La Proculada también quedaría bien, en cincuenta cantos como mínimo.
Próculo Porcíno: ─Creo que serían pocos, que son muchas mis hazañas, y algunas verdaderamente increíbles
Protopito: ─Todas son increíbles, mi señor.
El público ya empezaba a percibir el parecido entre las bravatas del protagonista y las del gobernador, acentuado por Pomponio, que en el papel de militar fanfarrón imitaba los gestos y maneras de Próspero Póstumo, que empezaba la recelar de lo que veía, mientras a Sexto no le llegaba la túnica al cuerpo.
─¿Pero esto qué es? Los persas en Britania, Hércules robando melones, ¿se puede saber en qué taberna maloliente has aprendido historia, más aún, no estarás intentando reírte del arrojo y valor de la legiones romanas?─ preguntó irritado Próspero.
─Ni por asomo, no es más que una licencia poética─ balbuceó como excusa Sexto.
─Más te vale, si no quieres que te licencie yo, pero de esta vida─ amenazó mientras con la mano hacía como que le rebanaba el gaznate.
En otro momento se produjo el siguiente diálogo:
Actimelia: ─¡Ay, cuan lánguida es mi vida!
Protopito: ─Será, señora mía, que su marido la tiene abandonada.
Actimelia: ─ Será será, que se ve que gasta todas sus energías en contar sus sestercios y también en contar cuantas veces levantó su espada, y ahora lo único que levanta a veces es el codo, que de lo demás…
Protopito: ─Pues la lengua la maneja bien, que esta mañana pilló desprevenido a Yogurino, vuestro apuesto vecino, y le contó de corrido toda su campaña en el Cáucaso.
Actimelia: ─Ni caso, que son todas fanfarronadas e invenciones de viejo chocho. Próculo tuvo la suerte de hacerse con la exclusiva del suministro de cebollas de la legión, y todas sus hazañas se resumen en ir tras el ejercito con el carro hasta las trancas de cebollas rojas, que era aparecer él y romper en lloros todo el mundo, y si a algún enemigo hizo huir, sería del pestazo que desprendía su carro, y no digamos su boca, que le huele peor que al porquero de Agamenón. Así hizo su fortuna, que se entendía de maravilla con el intendente general y vendían la misma mercancía varias veces.
─Mira mira, como nuestro gobernador. Próspero ¿A cuánto les vendías las cebollas a los cántabros?─ se oyó un grito anónimo entre el gentío.
─¡Quien osa mancillar mi nombre!─ rugió Próspero, levantándose e increpando a las gradas altas de donde había salido el comentario. Después, dirigiéndose a Sexto, más escamado ya que sirena varada─ esto es cosa tuya, tirando por los suelos el honor imperial.
─Pero señor, no es más que mera ficción, no tiene nada que ver con la realidad.
─¡Te vas a empapar de realidad en las minas de Galaecia donde vas a pasar los próximos cuarenta años, piltrafa!
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