lunes, 16 de septiembre de 2024

No me quiero casar contigo

Hoy hablaremos de bodas. Seguro que han oído sobre ellas, quizás hayan participado en alguna, por propia voluntad o a la fuerza. Son eventos apoteósicos, espectáculos sociales intergeneracionales, saraos a la remanguillé, pasarelas de moda cómico-cósmica, atracones de mariscos congelados, paradigma del romanticismo más moñoño, aglomeraciones de parientes lejanos y amigos de circunstancias, único momento en el que la gente corriente y moliente es centro de atención. Pero el cambio de estado civil requiere más energía que pasar del estado sólido al gaseoso. Algunos no pueden aguantar la presión y pegan la espantada. Aquí es donde entra en escena el protagonista de hoy, Ernesto, todo un emprendedor. No ha creado una starup para controlar mediante nano robots las hemorroides ni aplicaciones para que poliamorosos de género fluido encuentren su igual, no. Lo suyo es reventar bodas por encargo. Si el novio o la novia sienten que contraer matrimonio les contrae el corazón, llaman a Ernesto y monta un pollo en mitad de la ceremonia. Con suerte la unión no se consuma, sin suerte se retrasa o te quedas como estabas. Por quinientos pavos empieza a gritar en mitad de la iglesia que el novio o la novia es el gran amor de su vida y que no se puede casar con otro. Ahora que todas las parejas buscan ceremonias originales, nada mejor que un sicodrama en vivo para soltar adrenalina y llamar la atención. Dense cuenta del cambio imprevisto de guión. Los suegros poniendo caras de asesinos de niños, éste mierda seca ya la ha liado. El soponcio de la tía Enriqueta, hacerme venir del pueblo para esto. El padrino comiéndose la corbata, con lo bien que estaría yo haciendo sudokus. La novia jurando en arameo estándar, ya decía mi tía Enriqueta que no dejara el Perucchi por este gilipollas. El novio con cara de San Francisco hablando con los pajarillos del bosque, si salgo de ésta quemo Malasaña. Sin olvidar a la amiga que se llevará el ramo de la novia pase lo que pase, o los invitados que saldrán pitando al restaurante antes de que se anule el banquete. Como ven, quinientos euros muy bien invertidos. El intento de bodorrio dejará huella en la memoria. Mucho después de que nadie se acuerde de la frustrada pareja, se seguirá hablando de ese día en el que vivieron peligrosamente.