Estaba cierta noche veraniega con una amiga dando una vuelta por los bares de ambiente, cuando me entró uno con este sermón:
–Fíjate tú la pena que da toda esta gente bebiendo, fumando, riendo a lo tonto, perdiendo su vida, cuando tantas cosas hay que hacer–. Otro que se ha pasado con los tripis pensé, pero no, no parecía estimulado contra natura, y hablaba en serio.
– ¿Y qué haces entonces en semejante ambiente?
–Estoy al cuidado de dos adolescentes problemáticos que no conviene dejar solos por la noche– me dijo mientras señalaba a dos chavales que pululaban a su alrededor con sendos mostos en vaso largo venga mirar culos y tetas.
–Así que eres un buen samaritano, un solidario, oenegero o como se diga– le asaeté. Su respuesta me dejo turulata:
–No, simplemente soy creyente y me preocupo por los demás. –Me lo soltó mientras empinaba el codo, y la cerveza se me fue vete tú a saber por dónde con el ataque que me dio. Creyente, católico, yo pensaba que eso era una patología, como tener vegetaciones o ser del Betis. Pero no, allí estaba Sebas, joven y bien parecido, presumiendo de ello. No daba crédito a lo que oía, pero sí que le di carrete a ver por donde salía este proyecto de beato, y bueno, lo que oía no me sonaba a música celestial pero tampoco me desagradaba. Era divertido a su manera, se le veía convencido de su rollo, pero en ningún momento intentó sermonearme ni venderme la moto. Emanaba tranquilidad y cierto tipo de seguridad que a las mujeres nos pone. Vamos, que se salía de la media de gañán a tiempo completo, así que encantada le di mi teléfono para vernos otro día en otro sitio con menos ruido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario