Cuando has llegado a ese punto en que crees que ya no habrá hombre que te haga daño porque no piensas volver a enamorarte, justo aparece uno como Sebas para echar tus planes por tierra. Y es que era una joya. Un poco caballero a la vieja usanza, de los que te iba abriendo las puertas y regalando flores. Un poco quijote, ayudando a críos imposibles, visitando ancianos solitarios o de monitor en la parroquia. Un poco artista, con esas canciones cursis para cantar al calor de la hoguera en las noches de acampada. Sebas trasmitía una alegría tranquila, una felicidad sin sobresaltos, supongo que asentada en la fe en su Dios y en sus creencias, que una cínica como yo no pensaba que quedara todavía suelta por ahí.
Pensaba que los católicos que quedaban cogían todos en la plaza de San Pedro, que era un comecocos en el que la gente ya no caía desde la época de nuestros abuelos. Pero descubro que uno de ellos era un tipo encantador, que me trataba como una reina, que era idolatrado por jóvenes y viejos en su parroquia, siempre dispuesto a echar una mano a quien lo necesitara, siempre vital y positivo. Hasta empezó a caerme simpático el papa de Roma, a pesar de que su guardarropa dejaba mucho que desear. Además, mi Sebas tenía un exquisito tacto en lo de sermonearme, aunque no dejaba pasar la oportunidad de ponerme al corriente sobre los misterios de su fe, por los que yo pasaba de puntillas. Desde la primera comunión, pecadora de mí, no había vuelto a pisar una iglesia más que para bautizos, bodas y demás, o cuando estás de viaje y visitas la típica iglesia románica mientras haces tiempo hasta que abren el bar de la esquina.
En su compañía y de manera imperceptible, empecé a rebajar el contenido sarcástico y cínico de mi lenguaje, que, aunque Sebas decía que tenía un sentido del humor muy mío, bien me daba cuenta que no estaba acostumbrado. Yo que siempre veía dobleces y conspiraciones a mi alrededor, junto a él bajé la guardia, pues todo lo que me enseñaba era tal como lo mostraba. A su lado todo parecía sencillo y diáfano, el mundo siempre ofrecía su lado más amable.
2 comentarios:
Un gusto conocer gente así. Un beso
Mes estás preocupando, segurísimo que a este te lo cargas, conociéndote no va a ser posible que semejante especimen no guarde bajo tanta bondadosa sonrisa algo sórdido y espeluznante .. conste que me va a dar mucha pena porquer jo! deberías dejarlo así, necesitamos a muchos de estos aunque canten cursi .. peero lo veo venir .. mínimo pederasta : ( Un abrazo, me ha gustado mucho.. siempre, pero hoy más, mil gracias y tu optimismo en mi blog .. eso ya, ni te imaginas cómo me ha gustado.. me has hecho feliz esta mañana .. Aunque me temo lo peor aquí, soy de naturaleza confiada, así que deseo equivocarme com este Sebas tuyo ; )
Publicar un comentario